02/01/2018
 Actualizado a 10/09/2019
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Son las nueve de la mañana del año recién estrenado, el paseo del paso corto y encorvado con los zapatos tuneados, me viene a la memoria y me entristece recordando su mirada limpia y cristalina, vuelvo la mirada hacia atrás y recobro la normalidad, cuando unas jóvenes caminan descalzas con los zapatos en la mano, tanto tacón y brillo les pasó factura en el baile de la Nochevieja, ahora llegarán a sus casas sanas y salvas, quizás por ir acompañándose unas a otras y así poder escapar del lobo solitario o de la manada conjurada, harán las maletas para volver al lugar de su trabajo fuera de la región que las vio nacer, llegarán al hogar compartido porque la precariedad laboral no da para el sustento de hacer una vida en solitario ni para compartirla con la pareja deseada. Estos días de fiestas familiares y entrañables, el retorno de miles de personas ha devuelto a la ciudad el dinamismo-espejismo desconocido desde hace décadas, sólo por Navidad como si de un cuento se tratara, León se convierte en riadas de personas recorriendo sus calles con alegría y encuentros apetecibles, a veces me pregunto qué habrá sido de fulanita y de fulanito.

De vuelta a la realidad del año recién estrenado, con la ilusión recién recargada para afrontar tertulias de café con las diferentes sensibilidades y poder concretar objetivos comunes que puedan marcar el designio de nuestro futuro como región, con la mirada puesta en recuperar las instituciones, plagiando como ejemplo el éxito portugués, exigiendo que la voz se alce para que cuando se hable de España, la España no solo sea el centralismo de Madrid, Valladolid… sea el impulso del desarrollo del oeste con proyectos de ejes tanto ferroviario como terrestre, con planteamientos de futuro y de inversión, que eviten la más absoluta despoblación y así poder concretar un plan de retorno de las jóvenes descalzas que con los zapatos en las manos duermen la resaca del año recién comenzado.
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