27/11/2016
 Actualizado a 19/09/2019
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En 1988 el historiador económico italiano, catedrático de la Universidad de California en Berkeley, Carlo María Cipolla publicó un ensayo titulado ‘Las leyes fundamentales de la estupidez humana’. Cipolla considera a los estúpidos como un poderoso grupo social, cuyo número e influencia en el devenir de los acontecimientos históricos ha sido siempre subestimado. Clasifica a los seres humanos en función de los beneficios y pérdidas que un individuo se causa a sí mismo y a los demás, y a partir de un sistema cartesiano basado en estos dos factores, los divide en cuatro grupos: (1) inteligentes, que benefician a los demás y a sí mismos; (2) incautos, que benefician a los demás y se perjudican a sí mismos; (3) malvados, que perjudican a los demás y se benefician a sí mismos (ayer murió uno, que en paz descanse); y (4) estúpidos, que perjudican tanto a los demás como a sí mismos.

De acuerdo con esta clasificación, Fernando Trueba es un estúpido de libro, nunca mejor dicho, que en aquel famoso discurso que pronunció al recoger su Premio Nacional de Cinematografía –en el que declaró no haberse sentido español ni cinco minutos, lamentar que los franceses no nos hubieran ganado la Guerra de la Independencia y animar siempre al equipo que jugaba contra España en los Mundiales– trató de dañar a los demás y se perjudicó a sí mismo, al injuriar a los mismos españolitos que ahora pretende que paguen por ver ‘La Reina de España’, que así se titula la comedieta que estrenó el pasado viernes, por cierto duramente vilipendiada por la crítica. Ahora se considera víctima de un boicot, y hasta argumenta patrióticamente que atacar al cine español es perjudicar al país.

Cuando Julio Llamazares se enteró de que era finalista del Premio de la Crítica de Castilla y León no esperó agazapado a que se lo concedieran para montar ningún numerito jactancioso ante las autoridades y las cámaras. Al contrario, se apresuró a enviar un comunicado manifestando que no lo aceptaría si se lo otorgaban «con todos los respetos para los escritores que ya han obtenido ese premio y para quienes figuran como finalistas en esta edición, algunos de los cuales cuentan con mi admiración».

El problema es que a Fernando Trueba y a Julio Llamazares no sólo les diferencia la estulticia del primero y la clase del segundo, también les separa el hecho de que por encima de la estupidez de Trueba siempre habrá un político aún más estúpido dispuesto a seguir subvencionando su cine. Llamazares tendrá que seguir viviendo de su talento.
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