La rebelión de los ojos verdes

Tres orejas para Cayetano, dos para López Simón y una para Paquirri son el resumen de la corrida, pero hubo mucho más, incluso bronca grande a la presidencia "por rácana"

Fulgencio Fernández
26/06/2017
 Actualizado a 19/09/2019
Cayetano abrió la puerta grande; también López Simón, pero el madrileño ya se había ido camino de Perú, donde torea este lunes. | REPORTAJE GRÁFICO: MAURICIO PEÑA
Cayetano abrió la puerta grande; también López Simón, pero el madrileño ya se había ido camino de Perú, donde torea este lunes. | REPORTAJE GRÁFICO: MAURICIO PEÑA
La llegada de Francisco Rivera ‘Paquirri’ en su furgón a las inmediaciones de la plaza rompió en un aplauso; la de su hermano Cayetano, unos segundos después, se convirtió en un grito de «guapo», flashes de los móviles y petición de fotos... salió como pudo. A la llegada de López Simón ya se habían casi todos, entró tranquilamente.
Francisco llegó como un tertuliano de la tele, que ya lo es; López Simón como el chaval que quiere comerse todo en silencio y Cayetano escondido detrás de sus leyendas, alimentando la idea de que con él todo puede pasar y dando de comer a los enigmas que esconden esos ojos verdes de los que se ha escrito tanto como de sus faenas.

Enorme bronca al presidente por no conceder la cuarta oreja a Cayetano y la segunda a Francisco Los hermanos entraron a la capilla. Cayetano se negó a que allí hubiera fotos. Fran se santigua una y otra vez. López Simón no entró. Cayetano al salir se escondió con su cuadrilla del bullicio, mientras pudo, que no fue mucho. El photo-call seguía, ajeno al joven que quiere comerse el mundo y que pidió abrir la tarde (no le correspondía) pues a las 12 cogía un avión para Perú, mañana torea allí y el miércoles nuevamente en España, en Segovia. «El mundo se come así», parece pensar.

«Vamos que nos vamos, son las seis», dice un subalterno de Cayetano para arrancarle de los lectores del enigma de los ojos verdes para los que casi todas miran.
Todo empieza, aunque parece que por la mañana ya hubo un prólogo bronco en el sorteo de los toros. Me aclaran que el presidente no es de Burgos (como dije ayer) sino de Valladolid, lo que no sé si mejora mucho las cosas a la vista de la bronca que se montaría más tarde y que indignó incluso al siempre tranquilo Gustavo Postigo: «No se puede venir aquí a joder una corrida que fue una fiesta».

López Simón, una más unaSalió Jarifa. Decía la tablilla que pesaba 470. López Simón —el madrileño que debutó en Barcelona, tomó la alternativa en Sevilla y vestía la montera que avisaba de que debutaba en León— avisó pronto, «quiero esta plaza».Citó al toro de lejos, cambiaba el capote a la espalda, llevó tensión... y los tendidos respondieron. Tambiéncalentó la faena de muleta, la inició de rodillas, sometió al bicho, miró a los tendidos pidiendo guerra pero no se dio cuenta de que se le desengancharon un poco cuando alguien sufrió un percance de salud en la grada y concitó las miradas. Un mete saca escandaloso con la espada antes del espadazo definitivo dejó la cosa en una oreja que calentaba la tarde. El último PaquirriRivera Paquirri se despedía. Se notó. Y se notó que había aceptado la batalla que pedía López Simón. Serio. Nuevas señales de la cruz para colocarse de rodillas a esperar a su toro. La grada respondió y él cogió las banderillas, volvió a subir la temperatura y la mantuvo con la muleta. Volvió a arrodillarse, de espaldas ante el toro, desplante lanzando la muleta al suelo que tienen respuesta... Y pinchazo. Pinchazo a espadas que le duele tanto como muestra su cara. Ovación cerrada y la sensación de que queda una deuda pendiente que debe saldar la presidencia a poco que haga con el quinto. El tapado de los ojos verdesCayetano mira con esos ojos que serán verdes pero no dejan traslucir nada, ni mirando a Simón, ni a su hermano, ni a la aficionada que le dice «viva la madre que te parió».Pero sin que lo digan sus ojos pronto lo dicen sus hechos, acepta la batalla, acepta no entregar la ciudad a López Simón, acepta que su hermano no sea el protagonista en su adiós. Lo dice en su quite lleno de adornos. Se lo pide al presidente quitando pronto de la plaza al picador. Brinda al público y para que la montera no caiga mal la lleva en mano al callejón. Y nada más iniciar la faena surge un «¡¡¡uy!» que pone en algunos labios el nombre de Fandiño. Pudo ser grave. El toro hizo un extraño y lo arrolló pero sólo fue un gran golpetazo del que salió descalzo pero ileso.- Se acabó, coge miedo; aventuró alguno en la grada.

Nada más lejos. Se lo escuché a Esplá y no lo olvidé: «La cogida a veces te mata, pero muchas más veces mata al miedo». Eso pareció ocurrir. Cayetano parecía tener los ojos rojos, ensangrentados, se fue a por el toro. Le daba pases mirando al tendido y éste le pedía que no se despistara pues otra vez hizo un extraño. El torero descalzo no cedió. Entró a matar con tantafe como proclama su hermano a la Semana Santa y clavó la espada hasta la empuñadura, él mismo salió rebotado, saltó... El presidente, de Valladolid o de la Conchinchina, no se podía negar: «Dos orejas».

Se había consumado larebelión de los ojos verdes. Este duelo a tres, en la primera vuelta, era suyo, sin duda. Esta plaza, era suya.

López Simón repitió la primera faena paso a paso. Ganas, problemas con el toro, prisas... Y otra oreja. Ya son dos. Ya abrió la puerta pero no va a salir porella. Atraviesa la plaza diciendo adiós y diciendo que la lleva en el corazón y que volverá. Ya está Fran en la arena.

También Fran repite postura y ganas. Y gestos. De rodillas, de espaldas, largas series con tensión. Miradas al tendido. «Si matas llevamos para casa hasta el toro» le gritan. Sonríe y mata. Las miradas se vuelven a la presidencia: una oreja. Las gargantas gritan «otra». Los pañuelos blancos bailan en el aire. Nada. Piden a mayores la deuda del segundo de la tarde. Nada. Paquirri se va de León con buen sabor de boca pero por la puerta pequeña. La grande no la abrió. O no se la abrieron.

Cayetano salió a la arena sabiendo que ya había ganado la batalla. No por ello sonrió. No por ello le brillaron los ojos. No por ello desveló los enigmas que esconde en el fondo de ellos. También repitió, paso a paso, menos el susto de la cogida que quedó en topetazo. Por ello los aficionados creían a pies juntillas que eran dos orejas más. Cuando el torero cogió la arena de la plaza, la besó, la colocó a la altura de su corazón y después la lanzó al viento los pañuelos bailaron más, los gritos subieron de tono, pero el de Valladolid no sabe de ojos verdes...

Tal vez una tarde de toros es más completa con bronca.

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