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La realidad no está siempre disponible

15/03/2020
 Actualizado a 15/03/2020
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"La realidad no está siempre disponible", escribe Antonio Gamoneda en la última entrega de sus memorias, que llevan por título ‘La pobreza’. Se confiesa «desordenado» en el descanso, por eso a menudo le vence el sueño mientras está escribiendo y la realidad no responde. En cambio, confiesa que sigue trabajando («si he cogido la hebra...») y que, al leer después lo escrito, encuentra sorpresas entre los previsibles errores, hallazgos que le dejan con la sensación de haber atrapado esos pensamientos que casi siempre se escapan para no volver y que, por eso mismo, dejan tras de sí una especie destello porque los imaginamos brillantes.

Los expertos en psicología social dicen estos días que «nuestro cerebro no responde a la realidad, sino a la elaboración que se hace de la realidad: si se lo das cocinado, se ahorra el estrés de tener que rellenar el relato, inventando para cubrir huecos en la historia». Parece más bien una hipótesis literaria, toda una teoría sobre la poesía, dé o no cabezazos el autor contra las letras mientras las escribe. En esa necesidad de inventar para cubrir los huecos de la historia radica la grandeza de los buenos narradores y también el principal problema de nuestra cuarentena: en la oportunidad que muchos encuentran en ocupar los ángulos perdidos del relato. A veces es sólo por ver la cara de miedo de la persona a la que se lo cuentan. A veces es sólo por lograr un poco de protagonismo que les diferencie del resto porque no soportan que la pandemia nos iguale tanto a todos. A veces es sólo por conseguir unas cuantas visitas más con las que luego sacar pecho. El número de cuñados se propaga mucho más rápido que el de contagiados, porque la sociedad ya estaba viralizada mucho antes de que llegara el virus.

En la literatura algunos encuentran el refugio para estos días de retiro obligado, aunque son muchos más los que encuentran ese refugio en que todas sus amistades sepan que van a a refugiarse en la literatura. Nos dicen que aprovechemos a hacer todas esas cosas para las que normalmente no encontramos tiempo, aunque yo creo que, si nunca encontrábamos tiempo para ellas, por algo sería. Las prisas eran hasta ahora nuestro mejor argumento para ignorar lo que en realidad no nos interesa y para no enfrentarnos a lo que tememos, por eso resulta tan difícil adaptarse a una nueva velocidad.

Hay también motivos para creer que saldrán buenas conclusiones y oportunidades de todo esto. Si uno se esfuerza, puede llegar incluso a ser optimista, viendo por ejemplo que, tanto a corta como a media y larga distancia, nos gobiernan líderes que ya nos han demostrado en numerosas ocasiones su capacidad para sobrevivir y lavarse las manos ante todo tipo de circunstancias, aunque es obvio que, precisamente por eso, no podemos albergar demasiadas esperanzas en su gestión de un problema que superaría a cualquiera... menos a los numerosos contagiados de cuñadismo. En esta venganza que se han tomado los hipocondríacos y los conspiranóicos contra el resto, y a pesar de lo que están haciendo los sanitarios, los camioneros, los profesores, los trabajadores de los supermercados y otros muchos profesionales, son muchos los que, como primera medida de contención, apuestan por nombrase a sí mismos héroes, entre ellos periodistas que creen noticia por trabajar desde la distancia. Tristemente, es algo para lo que el sector ya llevaba demasiado tiempo preparado, y ése ha sidouno de sus muchos males: contar lo que se ve de lejos. Contra la necesidad de inventar para llenar los huecos del relato (o lo que es peor: hacer que otros los llenen por nosotros), resulta más importante que nunca saber dónde uno se informa, aunque sea sólo una vez al día, como recomiendan los psicólogos. La ficción se nos ha hecho realidad y está disponible a todas horas, con sólo mirar por la ventana.
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