21/05/2021
 Actualizado a 21/05/2021
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Nunca se había reunido en acto multitudinario tanta gente de la misma edad hasta que el Sacyl comenzó a convocar las vacunaciones masivas para protegerse del Covid19. Haciendo memoria, fui testigo de otro encuentro masivo de quintos cuando en el patio del Depósito de Sementales del Ejército, en la carretera de Asturias de nuestra ciudad, asistí al sorteo de destino de la mili, donde por cierto me tocó Córdoba, aunque me libré de ir por el coladero de la «objeción de conciencia». Como la mili era cosa de hombres, en el patio del Depósito de Sementales éramos todos del sexo masculino, salvo alguna novia que hacía acto de presencia para comprobar la suerte de su pareja, y obviamente teníamos la insultante edad de los 18 años y unos planes de vida seguramente que ambiciosos por parte de casi todos. La cola de las vacunas con hombres y mujeres de cincuenta y ocho tacos, en la raya de lo que las autoridades sanitarias han considerado población de riesgo, puede ser un buen momento, o quizás no, para reflexionar sobre la vida. Aunque quizás no merezca la pena ponerse tan trascendentes y sí pensar que los que hacíamos cola, el que más y el que menos deteriorados por el paso del tiempo, hemos tenido la suerte de llegar a una edad en la que dos generaciones antes ya te consideraban viejo, y hemos tenido la suerte de no enfermar con este virus que para muchos, y de toda las edades, ha sido un virus mortal. Cuando los gobiernos quieren prolongar la vida laboral hasta los setenta o más, y algunos están dispuestos a reengancharse todo lo que les dejen, yo pienso que los de la cola de las vacunas de estos últimos días ya hemos dado lo mejor que tenemos a nuestros negocios y a nuestra empresas, y a buen seguro el mundo ya no está esperando a que seamos nosotros los que lo salvemos. Pero dicho esto, al margen de los achaques de cada uno, los que contamos y los que no, lo importante es la actitud positiva ante la vida, o ante la vejez que se avecina. Peor hubiera sido otra fila paralela con los nacidos en el setenta y dos, porque eso sí que sería mirar de reojo y morirse de envidia.
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