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La querencia astur

18/08/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Cuando España estrenó la Constitución de 1978 hubo un humilde, pero muy sentido anhelo político y social para crear una autonomía astur-leonesa. La de dos provincias vecinas, cercanas en el corazón y no digamos en la historia. Dos tierras complementarias, astures las dos; la del norte con su mar, la del sur, con el Esla, el río que los celtas llamaron Astura. Porque León es mucho de lo astur, bien se sabe. Y ahí está Astorga, la Asturica Augusta de los romanos para zanjar cualquier duda.

Muchos siglos después de la formación del reino asturiano, luego de León, donde forjó su grandeza, muchos leoneses hubiéramos querido formar parte de una autonomía que abarcase las dos vertientes de la cordillera. Razones económicas e históricas había, y de las más ilustres y prestigiosas de toda Iberia. Sin embargo, no pudo ser. Los asturianos rehusaron esa aventura. Ellos preferían ir solos. Entonces eran mucho más ricos, nos tenían cariño, eso estaba claro, pero no lo suficiente como para privarse, por nuestra culpa, de su flamante autonomía y de sus cargos.

Han pasado casi 40 años y en ese tiempo Asturias y León, por separado, fueron perdiendo población y pujanza, cada una a su modo, aunque es evidente que la mejora del bienestar ha sido enorme. Pero el puerto de Gijón languidece, enorme y desproporcionado, la Asturias rural se desertiza entre su espléndido verdor, y en la provincia de León, parece que todo declina salvo la capital y su alfoz, algunos polígonos y el resistente Bierzo, que sigue en crisis dura, aunque la Deportiva hoy debuta en Cádiz en segunda división. Que tiene su mérito.

Ya que no pudo ser lo asturleonés en la política –que en la historia es inapelable– sí ha existido ese diálogo fecundo y cordial entre asturianos y leoneses. En tantos ámbitos, no solo en la cultura minera o en los días de playa en Gijón o Ribadesella. Unos y otros tiramos hacia la montaña. Aunque la geografía nos lleva a los leoneses a ser de la meseta del Duero, con la excepción del Bierzo, que geográficamente es galaico, el corazón nos lleva a remontar los ríos y a dar el salto al otro lado. Y es posible que bastantes asturianos que entonces no quisieron aquella autonomía compartida, ahora la echen de menos. Nos habría ido mejor, probablemente. A unos y otros. Aunque lo que importa es el presente. Estrechar siempre los lazos con los queridos vecinos. Son muchas las iniciativas que se pueden compartir desde la economía a la cultura. Y las largas tardes y el mar; la sidra y los ríos.
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