28/02/2017
 Actualizado a 19/09/2019
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Acabo de tener noticia de la muerte reciente de un gran sabio, filósofo y teólogo, a quien tuve la suerte de conocer hace algo más de cuarenta años en su pueblo, Destriana, donde ha recibido sepultura. Entonces le llamábamos Padre Modesto, por su condición de sacerdote salesiano. Más tarde pediría dispensa para contraer matrimonio, pero ello no le dispensó nunca de ser un hombre profundamente religioso y una gran persona, de enorme valía intelectual, que se jubiló como catedrático de metafísica en la universidad de Oviedo.

Cuando se trae a la memoria a personas dotadas de tanta sabiduría y al mismo tiempo de gran humildad y sencillez, no resulta difícil evocar a otros personajes cuya formación, pensamiento y palabra tienen bastante menos consistencia y que, sin embargo, presumiendo de lo que carecen, solo ofrecen vaciedad, rayando con frecuencia en la pedantería. Y es que realmente no hay cosa peor que creer que se sabe, cuando en realidad no se sabe. Justo lo contario de aquel gran sabio que dijo: ·solo sé que no se nada».

El gran problema hoy día es que todo el mundo se cree autorizado a opinar de todo, aun cuando ignore lo más elemental. Se dice lo que se piensa, pero no se piensa lo que se dice, porque faltan elementos para poder emitir un juicio recto. Por ello trato de entender a aquellos profesores que si pueden jubilarse a los sesenta años no esperan a los sesenta y cinco, aunque personalmente entiendo y trato de llevar a la práctica que no se puede tirar la toalla. Pero reconozco que es desolador el comprobar que los alumnos, muchas veces incapaces de sacar nada en limpio de la lectura de un texto no excesivamente complicado, no escuchan ni quieren escuchar y se sienten autorizados a llevar la contraria en todo. No es especialmente gratificante enseñar a quien cree que lo sabe todo, aunque no sepa nada. Suele suceder que son los peores alumnos, los más vagos o más cortos, los que tienen menor capacidad de escucha y los que solo saben descalificar las enseñanzas del profesor.

Lo triste es que estos chicos a los que, por otra parte, uno trata de querer, comprender y ayudar, son el reflejo de la sociedad y de las familias. Probablemente ellos no tienen la culpa de haber nacido en una época o ambiente de pensamiento débil, en la que no hay hambre de leer libros y no hay más lectura que la que llega a través del móvil. Con este panorama no es de extrañar que tengamos que lamentarnos utilizando el título de la serie televisiva que dicen que más les gusta: ‘La que se avecina’.
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