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La que NO está cayendo

03/11/2017
 Actualizado a 16/09/2019
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Con todos estos follones de Cataluña, los vaivenes de su expresidente, las extorsiones de sus conmilitones y la acción pausada del gobierno, en un cuento de nunca acabar, y esa SÍ que está cayendo, nos olvidamos del enorme problema en el que estamos metidos en esto del agua.

Remedando eso de que los árboles no nos dejan ver el bosque, Cataluña no nos deja ver las aguas.

Y mira que hay agua en el mundo. Pero qué poca es accesible y qué mal distribuida está.

Así, más o menos, dos terceras partes del planeta es agua, en cantidad enorme; tan enorme que, según dicen los expertos, son 1’4 trillones de metros cúbicos los que nos rodean. Sí, esa barbaridad: 1’4 con dieciocho ceros detrás.

Lo malo es que solamente el 3 (tres) por ciento, quizás algo menos, es dulce, además de que no toda es potable.

Y, además está, efectivamente, mal distribuida. Mal distribuida y no siempre está a mano, pues cuando no es subterránea, está en el aire o es hielo, forma en la que se encuentra la mayor parte del agua dulce. Vamos, que hay mucha menos de la que nos creemos.

Mal distribuida, porque mientras en una buena parte del planeta se ahoga, la otra no tiene ni para acompañar una aspirina.

Y como además, volvamos a una frase hecha, nadie se acuerda de Santa Bárbara hasta que truena, pues ya tenemos un bonito problema sobre nuestras cabezas.

Hemos tenido este año un verano larguísimo, que empezó allá por marzo y terminó, supongo, anteayer. Un clima estupendo para disfrutar del paisaje, pero con una sequía encima de campeonato, que en las ciudades, y por ahora, no hemos notado, pero…

Dicen que es el cambio climático. Pues no estoy tan seguro, pues, según dice la historia, allá por los finales del siglo XIII, en la época de Guzmán el Bueno (y ha habido otras más), el reino de sufrió una de tal calibre que se llevó por delante al 25%, (veinticinco), de la población. Y no creo que entonces lo del cambio climático fuera una preocupación extendida.

Probablemente nos hemos olvidado de las restricciones al consumo que no hace tanto tiempo hemos disfrutado, pues abrimos el grifo y el agua, ¡oh milagro!, sigue saliendo con ganas.

Y lo hace, gracias a todos los embalses que se han hecho en este país, algunos de la época de los romanos (véase la presa de Proserpina en Badajoz), aunque la grandísima mayoría se hayan levantado desde la dictadura de Primo de Rivera, que fue el que empezó, hasta el final de la del ínclito Don Francisco, y solamente uno más, el embalse de La Serena, curiosamente también en Badajoz.

Pero ni uno más.

Riaño fue así el penúltimo además del último gran embalse, tanto, que es el mayor de la cuenca del Duero. Y lo fue contra viento y marea, montando un enorme espectáculo de oposición, lloros y rasgado de vestiduras, mientras las vacas pasaban de un corral a otro por las puertas trasera, mientras los funcionarios iban de casa en casa contabilizándolas para valorar las indemnizaciones, en una operación picaresca digna de las mejores de nuestra literatura del siglo de oro. Por cierto, indemnizando bienes y propiedades que ya años antes habían sido indemnizados.

Pero luego, el vacío sideral, por mor de esta época de autonomías egoístas y gobiernos pusilánimes y complacientes, que han cercenado algo tan necesario, en un país de situaciones pluviométricas tan diferentes, tan necesario digo, como el Plan Hidrológico, para el que, culminando los despropósitos, teníamos una porrada de millones de la Unión Europea.

Y aquí estamos, con el agua al cuello, pero al contrario.

Al hilo de esta situación, y por aquello de que siempre es bueno saber de las cosas, aunque no sean estrictamente de lo tuyo, preguntando a quien corresponde, en este caso mi cuñado Fernando que para eso es Ingeniero de Caminos, me enteré de a dónde iba el agua de los embalses. Básicamente a cuatro apartados, aunque haya algunos más: abastecimiento de poblaciones, regadíos, producción hidroeléctrica y caudal ecológico, por este orden de prioridad, de manera que prima, sin duda, el consumo de pueblos y ciudades.

Nada voy a decir sobre lo que es la incidencia en el campo, la producción eléctrica y el caudal ecológico, pues, reconociendo la trascendencia de todos, no es tema en el que pueda honestamente opinar. Pero sí sobre el consumo de los núcleos urbanos.

Para empezar, y esto supone un poco de aire para el ciudadano, con el 5% de la capacidad de los embalses, está garantizado el suministro para la población, número esperanzador, en principio, pues en el día de hoy el agua embalsada está como en el 40% de la capacidad total, número bajo pero suficiente para el uso que se trata. Claro que eso de los valores medios estadísticos tiene su truco, pues de poco me vale que entre usted y yo tengamos dos pollos, pero los dos sean suyos, y que la cuenca del Tajo esté en el 30% si Barrios de Luna está en el 4%.

En todo caso, a nivel local, esta provincia no está falta de embalses, y aunque están en muy distintos niveles de llenado, la combinación permite garantizar el suministro. Otra cosa será si persiste la sequía durante meses, o cuál será la calidad de las aguas servidas, pues es evidente que no es lo mismo la de los fondos sedimentados que la de la vaso lleno.

En cualquier caso no sería malo que, ya de una vez, se empezara una campaña de concienciación en el uso del agua sanitaria, campaña que aún no sé porque no ha empezado, que con estas mismas y aún mejores condiciones, otras veces ya estaba en marcha. Supongo que, como ya expresé al inicio, Cataluña no nos deja ver las aguas.

Y también algo más importante: Siendo el agua un bien escaso, muy escaso, y muy mal distribuido, ¿Qué medidas se van a tomar para el futuro?

Porque, los embalses son los mismos que cuando murió Franco, pero la población es un 50% mayor.

Y lo de las desaladoras mejor lo dejamos, pues aparte del desastre que supuso en sí mismo el paralizar el Plan Hidrológico Nacional, promover el no menos desastroso proyecto de sustituirlo por aquellas, no tiene nombre, por caro, por ineficaz y por antiecológico.

El hacer embalses, que no pantanos, que eso es otra cosa, es verdad que tiene en contra la incidencia sobre las zonas en que se implante, sus habitantes y sus entornos. Es verdad. Pero es que hoy, salvo raras excepciones, los pueblos ya están semivacíos, sino vacíos del todo, así que, seguro, se pueden encontrar ubicaciones que no tengan la incidencia de antes.

Eso sin contar lo que, de rebote, supone activar la obra pública y todo lo que eso supone en el ámbito económico por maquinaria, mano de obra y todo lo que cuelga.

Necesitamos agua, solidariamente distribuida y justamente recompensada.

Necesitamos alejarnos de ese pueblerino instinto de que, aunque me sobre, esto es mío, y a ti, que te falta, ni agua, dicho sea aprovechando la situación.

Y si de ésta no vemos las orejas al lobo, pues peor para nosotros, que algún día lo pagaremos.

Más embalses, señores políticos, más racionalidad en los riegos, que eso de hacerlo “a manta” es de la prehistoria y más sensibilización en la población en su uso. Y, de paso, un plan generosamente dotado para renovar la red de suministro urbano y así eliminar las pérdidas de los kilómetros y kilómetros de tuberías muchas veces más viejas que la tana.

Por cierto, parece que va a llover algo. Ya era hora.
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