22/06/2015
 Actualizado a 15/09/2019
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Mi padre, Domingo Llamas, nunca hablaba de Vegamediana, un lugar a la orilla del Esla, saliendo de Cistierna en dirección hacia la montaña de Riaño, donde desemboca el reguero que baja del valle de Sabero. No hablaba de Vegamediana porque no le gustaba hablar de la mina, que por entonces, en la posguerra, era el sustento de la mayoría de los trabajadores del valle, desde Cistierna hasta Gradefes y de casi toda la baja montaña. No hablaba de la mina porque había intentado ganarse el pan en ella y tan solo pudo aguantar una jornada en aquellas catacumbas negras que, según se decía llegaban hasta Boñar por el valle de Veneros y por el de la Ercina, y en la que cientos de hombres llegados de todas partes sudaban sepultados a cambio de un jornal escueto y una silicosis prematura.

Aquella gesta ha generado muy buena literatura como no podía ser de otra manera en una tierra en la que abundan los grandes escritores. ‘Escenas de cine mudo’ de Julio Llamazares y ahora ‘Te regalo el cielo’ de Aurelio Loureiro, retratan algunas vivencias de los niños de aquella época en el valle de Sabero que remata en el Esla en Vegamediana, donde se lavaba el carbón y se fraguaban las briquetas para las cocinas económicas o bilbaínas. Hasta allí llegaba desde Cistierna el trenecillo que enlazaba con la línea de Bilbao, destino de la mayoría del producto carbonífero de la zona.
Hoy el paraje no es más que un desvencijado amasijo de galpones y maquinas arruinadas que ocultan un pasado fabril y terrorífico. Estos días ha aparecido en el Facebook un relato estremecedor, al parecer debido a un tal Miguel Villacorta Sánchez, titulado ‘Historias de la puta mina’ que cuenta en detalle el proceso del lavado del carbón, el reenvío de los deshechos por medio de la línea de baldes hacia los valles, y lo que podríamos denominar la fragua de Vulcano, en la que los obreros debían untarse con el ocre de marcar las ovejas para no arder como teas humanas. Pero mi padre, Domingo Llamas, nunca hablaba de ello. Huyó, refugiándose en el estraperlo y más tarde como criado del Señorito, que era a lo que aspiraba también Onésimo, y casi todos los niños pobres de Vidanes.

Algunos tenían que cubrir cada jornada más de 20 kilómetros en bicicleta de ida y otros tantos de vuelta para llegar a aquel infierno. Por eso se emborrachaban, y cantaban: «Soy de Mieres, soy de Mieres / y habito en Vegamediana / todas las noches las paso / con la hija de la Chana/ La Chana, la Chana, vive en Vegamediana».

La puta mina, que quitaba el hambre.
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