21/03/2019
 Actualizado a 10/09/2019
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Las listas electorales se escriben con lo peor de la política. En papel de partido y con la tinta del odio, del pago de favores o del silencio se empiezan a trazar los nombres y apellidos de sus futuras señorías. Así van cubriendo vacantes y pocos candidatos se dejan a los méritos o el talento, de eso no entienden las lealtades de siglas. Listados que pronto serán papeletas. Llegarán custodiadas por policías e interventores muy de mañana el 28 de abril y se amontonarán en los pasillos de los colegios ansiando electores que los lleven a hasta el fondo de las urnas. Papeletas incorruptibles del sagrado domingo de democracia, esencia de la participación de los ciudadanos en el gobierno de su país. Papeletas imprescindibles, casi más que las urnas, que de llenarlas de nada ya se encargan las dictaduras.

Santas papeletas de listas endiabladas. Esa es la grandeza de la democracia real, que convierte en virtud las vergüenzas de los partidos. El ecosistema político se autorregula con cada legislatura antes de que se depositen los votos en un darwininismo maquiavélico. El proceso de nombramiento de candidatos es la purga de aquella película, en la que una novedosa medida del Gobierno permitía una noche sin reglas para saciar los instintos más primarios de una sociedad enferma y garantizar la compostura el resto del año. Aquí no es tan salvaje, aunque todo esté permitido hasta que se ratifiquen las listas. Una catarsis de violencia contenida, anhelos y venganzas que sostiene el funcionamiento de las estructuras el resto del tiempo. Una válvula de escape que garantiza después la sonrisa ante las cámaras y los aplausos al líder. Cuando ya todos saben si son vencedores o vencidos.

En esta purga poco importan los ciudadanos a no ser que vengan empaquetados en encuestas. Los que se esforzarán por ser presidente se eligen en primarias. Las hay a dedo, de pucherazo o de guerra civil, incluso combinaciones entre ambas. Es un espejismo aquello de las primarias mágicas que proporcionan el mejor candidato posible. Es el mejor posible en opinión de los militantes, los votantes son otra cosa. Después, con el líder elegido por ‘democracia interna’, llega el momento de completar la lista y aquí se acabó aquella democracia y empieza la purga. Para saldar cuentas de las primarias o de algún voto que alguna vez rompió la disciplina de partido. Para compensar lealtades y cerrar una guardia pretoriana que nos proteja si no hay gobierno y solo hay migajas. Con fichajes galácticos que hagan hueco en los periódicos. Para asegurar retiros con acta (prejubilaciones con cargo) y no tocar ciertas alfombras. Todo depende de si suena o no el teléfono, los nuevos liderazgos no permiten antiguas lealtades. No hay nadie con más memoria que un político.

Pues digo yo que si hay que hacer una purga que sea a nuestro ‘viejoven’ sistema democrático para sacarle el aire de 40 años de Constitución como a los radiadores después del verano. Ese aire que hace ruido en las cañerías donde los de siempre colapsan por agotamiento y los nuevos actúan como los de antes. Que goteen los méritos de partido y la paciencia de cargo político que espera su oportunidad sin hacer sombra. La regeneración llegará a nuestras instituciones cuando se dignifiquen los requisitos para aparecer en una papeleta. Que sea un acto de honor y no una prueba de compra.
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