17/08/2021
 Actualizado a 17/08/2021
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Entre los recuerdos de mi más tierna infancia están los viajes a Astorga en el los coches de línea de Samuel, desde La Cepeda. A unos cuatro kilómetros antes de llegar a la capital maragata lo primero que se veía, en la lejanía, al fondo de la carretera, eran las torres de la Catedral. O, mejor dicho, la torre, porque solamente se veía una. En el lugar de la otra, inacabada, solamente se veían andamios. Y la típica pregunta, al regreso, eras a ver si había visto a Pedro Mato, un hombre de piedra que desde las alturas del templo vigila la ciudad. Para muchos la palabra Astorga es casi sinónimo de Catedral. Sin ella, y ahora también sin el Palacio Episcopal, nunca habitado por ningún Obispo, Astorga sería otra cosa, mucho más pobre y desangelada.

Alguien ha dicho que uno de los mayores defectos de la catedral de Astorga es que se encuentra muy cerca de la de León, cuya belleza nadie pone en duda, pues por algo le llaman la ‘Pulchra Leonina’, la bella leonesa. Pero no es menos bella la de Astorga, a la que con toda propiedad podríamos llamar la ‘Pulchra Asturicense’. La fachada de sus torres casi gemelas nada tiene que envidiar a ninguna catedral del mundo y resulta especialmente original y única, inconfundible. Lo que sucede es que a veces no valoramos suficientemente lo nuestro, lo de cerca.

No es de extrañar que en la Diócesis de Astorga no se haya querido que pase desapercibida la fecha del 16 de agosto, en recuerdo de aquel 16 de agosto de 1471 en que se colocó la primera piedra de este gran templo, hace ahora quinientos cincuenta años. Principio quieren las cosas y es de agradecer la iniciativa de aquellos hombres cuya fe y cuya ilusión eran tan grandes que no tuvieron reparo en emprender una obra de tanta magnitud, impensable de hacer en estos tiempos a pesar de los grandes avances de la técnica. Resulta especialmente meritorio que quienes comenzaban estas obras estaban casi seguros de que no llegarían a verlas finalizadas, pero no les importaba. Muchas veces hemos oído que la fe mueve montañas. Construir una catedral es mucho más laborioso que mover una montaña.

Con frecuencia el hombre actual, soberbio y entontecido, tiende a menospreciar a los hombres de épocas pasadas, como si fueran unos ignorantes y crédulos. Obras coma la de nuestra catedral nos demuestran que tenían mucha sabiduría y que la fe es una de las principales fuentes de arte y cultura. La contemplación sosegada de la ‘Pulchra Asturicense’ debería ayudarnos a valorar más la fe en la que ésta se sustenta.
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