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La prostitución del lenguaje

29/06/2021
 Actualizado a 29/06/2021
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Hay palabras que, por hermosas que sean, nada tienen que ver con la realidad que pretenden representar. Una de ellas es la palabra amor. A veces se llama amor al egoísmo más refinado que solo busca el propio interés. Lo mismo ocurre con la palabra eutanasia, que etimológicamente significa buena muerte o muerte digna, pero que en realidad consiste en matar a alguien a quien no se quiere prestar la ayuda oportuna para morir sin sufrimiento, o sea, cuidados paliativos. O lo de salud reproductiva, forma de eufemística de llamar al aborto, en lugar de hablar de matar al niño que vive dentro de su madre. Se podrían poner muchos más ejemplos.

Hoy deseamos fijarnos en tres palabras muy de moda como son diálogo, concordia y magnanimidad, repetidas hasta la saciedad por el Señor Presidente del Gobierno. En realidad son hermosas palabras si nos atenemos a su significado original: comunicarse a través de la palabra, obrar con el corazón y tener grandeza de ánimo. Sin embargo si yo le digo a alguien que vamos a dialogar, pero que no me interesa escuchar lo que él dice, sino que le impongo a la fuerza mis ideas, aunque estén basadas en la mentira y en el egoísmo, ¿a eso se le puede llamar diálogo? Si yo hablo de concordia, pero rezumo odio y no hago más que crear discordia y división; si soy racista e insolidario, si considero inferiores a los demás, ¿dónde está esa concordia y esa grandeza de ánimo? Lo único que estoy haciendo con esas actitudes es prostituir el lenguaje.

Hay otras dos palabras no menos hermosas que las anteriores, como son perdón y reconciliación. Ahora bien, imaginemos que alguien que nos ha robado o ha violado a un familiar viene a pedir perdón, al tiempo que nos dice que no está arrepentido y que volverá a hacer lo mismo. ¿Qué sentido tiene hablar de perdón y reconciliación? Parece más bien una tomadura de pelo.

Sin duda Don Juan José Omella y Don Luis Argüello, Presidente y Secretario de la Conferencia Episcopal, a quienes conozco personalmente desde hace años y a quienes considero muy buena gente, cuando utilizan estas mismas palabras lo hacen pensando en su significado más noble, tal vez no teniendo en cuenta la maldad y falsedad de quienes las han prostituido. Por eso me parece totalmente injusta la descalificación grosera que algunos han hecho contra la Iglesia y contra estos dos buenos obispos, que acaso han podido pecar un poco de ingenuidad. Al fin y al cabo son seres humanos y el pecado de ingenuidad es bastante común, incluso a la hora de votar.
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