17/03/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Teníamos que ir un día de estos hasta el pueblo, a dar una vuelta para ver si está todo en orden por casa y aprovechar para podar los árboles y los rosales». La frase se propaga en esta época por las cocinas con la voracidad de un drama. De par en par se abren las ventanas con la esperanza de ahorrar un poco de leña, dejando que el aire que anuncia la primavera, los zarazos de marzo, circule por los pasillos y por los dormitorios para que no se pudran los muebles y no se entristezcan de más los retratos familiares. Antaño, el rito de la poda exigía un cierto consenso, la bendición del calendario agrícola de San Isidoro y la presencia obligada de un abuelo que, si ya no podía subirse al árbol, indicaba desde abajo con la cacha el punto exacto en que proceder al corte; pero, ahora, el momento en que aplicar la podona ya no depende tanto de la luna menguante ni del calor o las heladas, sino que la savia, como todo lo demás, se tiene que adaptar necesariamente a los turnos de la oficina, los puentes escolares o los moscosos. Incapaces de interpretar los mensajes del campo, como todos aquellos mensajes que no llegan al teléfono móvil, las nuevas generaciones deben de podar siguiendo las indicaciones de los tutoriales de 'YouTube' y acaban dejando las ramas como muñones, dando a cerezos, perales, manzanos, viñas y guindos un cierto aspecto de soldados mutilados. Ya no hay a quién consultar cómo y cuándo sacar la podona. Tampoco saben ya a quién preguntar para afrontar su particular poda los partidos políticos, que en esta época también quieren deshacerse de todo aquello que impida que la luz entre de lleno hasta sus copas. Este año se anuncia una doble floración, así que todos quieren lucir follaje a finales de abril y a finales de mayo para que a su sombra se pueda arrimar mucha gente. Los más viejos intentan cortar los hijuelos que les han ido saliendo con el paso del tiempo, esos brotes que no dan fruto y que la sabiduría popular, anticipándose a ésta y a todas las metáforas del mundo, siempre llamó chupones. Como van con prisas, nunca los cortan todos y termina quedando alguno que llega a lo más alto. En cambio, los más jóvenes no se preocupan por echar raíces. De hecho, los hay que, precisamente, todo lo quieren solucionar cortando por la raíz y que la única sombra sea la de su bandera; los hay tan arrogantes que se trasplantan con total naturalidad de un lado a otro del huerto, para estar siempre cerca del sol que más calienta (sería demasiado fácil decir que pasa sobre todo con los naranjos); y los hay que, a pesar que el cambio climático le ha quitado la razón incluso a Neruda, siguen creyéndose que «pueden arrancar las flores, pero no podrán detener la primavera». El peligro, para todos ellos, llega cuando hay que decidir dónde se guardan los restos de la poda, que se secan pronto y se convierten en una pira que nadie quiere tener cerca porque puede arder en cualquier momento. La quema de algunos rastrojos nunca puede ser controlada del todo. Mención aparte merecería la poda de la enredadera que, por lo visto, no se recomienda en estas latitudes ni mucho menos en esta época y, al parecer, es mejor que siga sirviendo de escondite a las culebras, para conservar intacto nuestro ecosistema. Entre unas cosas y otras, menos mal que ya se me acaba el espacio, porque ahora me iba a adentrar en que después de la poda y el sulfato, a finales de mayo, después de las dos floraciones que se anuncian para este año, llegará el momento de los injertos. Si conseguimos vendimiar algo será un milagro.
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