24/10/2020
 Actualizado a 24/10/2020
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El otoño y toda su belleza nos caen encima. Lo he escrito alguna vez, pero me repito: la indiferencia de la naturaleza es consoladora. El otoño otoñearía de otra manera si supiera qué otras cosas nos están cayendo encima. No encontraría fuerzas para su desfile de colores, igual que hay personas que no encuentran fuerzas para sonreír cuando la preocupación les devora las uñas.

Leo en un artículo de National Geographic que la crisis económica provocada por la pandemia podría originar más de un millón de personas en situación de pobreza extrema en España. Con ellas sumaríamos 10,8 millones. Se basa el artículo en un informe de Oxfam Intermon titulado ‘Después será demasiado tarde’.

Estremece. Y cuando queremos pensar que, bueno, que no habrá situaciones tan difíciles, la realidad nos lo recuerda con casos como el de Cristina Pérez, fallecida de cáncer en la localidad berciana de Arganza y en una situación, precisamente, de pobreza extrema. Cristina Pérez murió sin conseguir ninguna ayuda pública, los trámites apenas habían comenzado, y sólo el apoyo de la Plataforma de Afectados por Hipotecas del Bierzo hizo que pudiera tener lo más básico para alimentarse. Nos lo contaba esta semana Mar Iglesias en las páginas de este periódico.

«Se sabe que las hambres históricas modifican para siempre el pensamiento de los hambrientos», escribe Antonio Gamoneda en su segundo libro de memorias: ‘La pobreza’, cuyo título he tomado para esta columna. Gamoneda recuerda esos años de posguerra en nuestro país como los años del hambre, en los que había familias que «administraban una pobreza discreta» y otras ni eso. Habla Gamoneda del establecimiento de «una pobreza diseñada». «Yo vengo de la penuria y del trabajo alienante», dijo hace años el poeta en el discurso de aceptación del premio Cervantes.

Esperamos no volver a esas hambres históricas, pero la advertencia está ahí, en los que tienen memoria de ellas. Es bueno escucharles. Yo tardé demasiados años en comprender qué es lo que quería decir mi abuela Primavera cuando dejábamos algo en el plato y bufaba: «¡Qué falta os hace un cuarenta y uno!».
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