24/06/2019
 Actualizado a 17/09/2019
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Con este nombre, un cuento de Ignacio Aldecoa, de 1961, aparece en la antología de Alfaguara, 2018, en el que podemos admirar la calidad de la escritura del maestro. «La brisa estaba aún lejana en la mar vacía». Y el cronista, que disfruta una gran parte del verano cerca del mar, y que, por otra parte, hasta publicó un libro de poemas titulado ‘Llévame del mar’, siente la necesidad de advertir a sus paisanos que no es imprescindible, al comienzo del verano, dejar esas montañas leonesas y acercarse al Mediterráneo. Nada perderá quien ya lo tiene todo perdido.

Pero aquellos que aún dispongan de una cuota de ilusión, no deberían conformarse con quedarse quietos, y podrían intentar acercarse hasta cualquiera de las playas, aunque solo fuera para comprender algunos de los cuentos de Aldecoa, de quien su mujer leonesa dice que era, sobre todo, un contador de historias que escribió «acerca de las pobres gentes de España».

«Moque, el mar» fue todo lo que pudo decir nuestro maestro y guía Don Exiquio, cuando, a los 15 o 16 años nos llevó de excursión a Gijón para que viéramos por primera vez el mar y, desde un altozano, mandó parar al chofer y averarse un poco para que pudiéramos bajar, y, mirando a lontananza, por donde parecía cruzar una cinta azul bajo las nubes, señalando hacia allí con su dedo, pronunció esa contundente frase descriptiva. Silenciosos, aquellos 40 chavales, nos miramos y comenzamos a escuchar, como en un sueño, el rumor de las olas batiendo contra los acantilados. Pero nunca ninguno de nosotros olvidó que el mar era precisamente aquello, algo indescriptible y a la vez soberbio, contumaz, eterno.

El sábado, 16 de este, aparece en El País una entrevista de Juan Cruz a Luis Mateo, con motivo de la aparición de su libro ‘Gentes que conocí en sueños’ una fotografía en la que aparece sobre un velero cuyo timón maneja este cronista, navegando por aguas de la ‘Synera’ de Salvador Espríu (Arenys de Mar) y en sus cara, al volverla a ver ahora, he podido ver escrito: «La brisa estaba aún lejana en la mar vacía». Y es que él también estaba de acuerdo en que el mar no lo es todo, y existe la necesidad de orearse un poco por los senderos de nuestros montes: «De los mondos montes cicatrizados de torrenteras», como los describe Aldecoa.

En las décadas de los 50 y 60 del pasado siglo, a Vidanes llegaban, de veraneo, aquellas preciosas y relimpias señoritas madrileñas. Pero venían de San Sebastián; de ponerse morenas. La piel del verano ya la traían puesta.
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