10/11/2020
 Actualizado a 10/11/2020
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Al salir de casa lo primero con lo que se encuentra mi vista es con un pequeño bar al que, aunque uno no es de bares, suelo acudir con cierta frecuencia. Durante los meses de confinamiento estuvo cerrado a cal y canto, al igual que el resto del barrio de La Rosaleda y de toda España. El barrio, a parte de otras razones, estaba triste por mucho que cantaran el ‘Resistiré’. Por eso fue un motivo de alegría el ver que de nuevo los bares abrían sus puertas, aunque fuera tímidamente, y las terrazas volvían a dar acogida a las gentes deseosas de encontrarse y de compartir… Desde luego que ya nada es lo mismo que antes, ahora con mascarillas, geles y unas distancias nunca imaginables. Pero se ha notado el esfuerzo por mantener unas medidas de seguridad.

De nuevo, esperemos que por poco tiempo, han vuelto a cerrase estos lugares tan importantes desde el punto de vista social y de la convivencia. Después de las grandes pérdidas de los meses anteriores es un nuevo mazazo. Ciertamente, ante tanta variedad de expertos o presuntos expertos, es normal que no sepamos a qué atenernos y que no falten motivos para la desconfianza. En todo caso, si esta medida tan drástica es la solución para que se frene esta peste, tendremos que aceptarla y comprenderla. Otra cosa es que sean realmente estos lugares los culpables de la expansión del virus. Durante todos estos meses nunca cerraron los supermercados, siempre han estado llenos de gente y eso no impidió que descendiera notablemente el número de contaminados y muertos.

¿Es justo medir a todos por el mismo rasero? ¿No sería más justo vigilar y sancionar solo a los que no cumplan con la normativa? Entendemos lo del toque de queda, pero ya nos gustaría que en esto de los cierres se obrara con criterios escrupulosamente científicos.

La tristeza en el rostro de Susana, la chica del bar de enfrente, no deja de ser una de tantas manifestaciones de angustia e incertidumbre de tantos y tantos españoles que no debería dejarnos indiferente. Tal vez por eso parece sumamente inmoral que nuestros gobernantes se hayan subido los sueldos o que se hable de la subida de sueldos a aquellos funcionarios o pensionistas que superan con creces el mileurismo, y que saben, o sabemos, que al final de cada mes nos van a ingresar la paga. ¿Acaso no sería más equitativo incluso que nos recortaran algo para amortiguar la desgracia de quienes lo están pasando tan mal? Necesitan ayuda y todos hemos de ser solidarios.
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