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La pérfida Albión y el perro flaco

José Luis Gavilanes Laso
08/03/2016
 Actualizado a 10/09/2019
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Los blancos acantilados de Dover asociados a cierta anglofobia dieron lugar a la expresión «pérfida Albión», acuñada a finales del siglo XVIII por el poeta y diplomático francés de origen aragonés Augustin Louis Marie de Ximénès, y contenida en su obra L’Ere des Français (1793) Así ha ido pasando de mano en mano a través del tiempo sin perder fuerza ni desviar identidad.

Como viene a significar el refrán «A perro flaco todo se le vuelven pulgas», unas fuerzas poderosas sacan partido a su favor ante la debilidad de otras. Los ingleses, gentes empíricas, pragmáticas y fundadoras de todos los ocios habidos y por haber, son los que más se han aprovechado de nuestras patrias debilidades. Todo comenzó con la Guerra de Sucesión del siglo XVIII (1701-1713), cuando Menorca y Gibraltar pasaron a manos de Inglaterra manu militari. Menorca nos fue devuelta (Tratado de Amiens, 1802) visto que el peñón, lleno de bocanas de fuego artillado como un queso gruyer, se bastaba por sí sólo para controlar la entrada y salida del Mediterráneo y a todos los intentos por mar y tierra para recuperarlo. Es verdad que un siglo más tarde el duque de Wellington y sus muchachos nos ayudaron devastando lo suyo por donde pasaban para largar a las huestes napoleónicas de territorio ibérico. Pero no nos llevemos a engaño, la venida de los ingleses a suelo español fue más por salvaguardar a Portugal de las ambiciones del Bonaparte que otra cosa. Desde la contribución de los arqueros anglosajones a la victoria portuguesa frente a los castellanos por los pagos de Aljubarrota (1385), los portugueses han tenido a Inglaterra como gran garante de su independencia, lo que, dicho sea de paso, les ha granjeado ciertas ventajas como también algunas miserias.

En tiempos recientes, con su excelencia superlativa entubado y agonizando en El Pardo y un país, como perro flaco, tambaleante ante el gran vacío de poder, fue ocasión pintiparada para que la morisma marroquí se hiciese con el Sahara español a través de una marcha verde.

La debilidad actual del Estado español, enflaquecido por el paro, los recortes sociales y la corrupción, está siendo aprovechada por el nacionalismo catalán para multiplicarse bajo el argumento de que todos sus males provienen de su conexión con el resto de España. Desconexión que, caso de producirse, conllevará la pérdida del 20% del PIB del global nacional que Cataluña actualmente representa.

Ahora le ha tocado el turno de la amenaza de desconexión de la Unión Europea protagonizada por el Reino Unido pretendiendo con ello sacar alguna ventaja. Coincide con una crisis económica global y ante la presión de cientos de miles refugiados demandando entrar en una UE llena de pulgas como perro flaco por falta de crecimiento y con un mercado bursatil haciendo la goma a la baja. Un buen puñado de británicos no se conforma con el acuerdo tomado por la Comisión Europea de los 28 países para restringir la entrada de trabajadores comunitarios al Reino Unido, o que puedan usar, para combatir presuntos abusos, un doble rasero en las ayudas sociales a los asalariados, lo que choca frontalmente con la esencia de la UE y con la estrategia de integración europea en una unión política. Además de asentar un peligroso precedente para que otros países de la unión se sientan perjudicados por la libre circulación de ciudadanos por el territorio europeo. Eso, de momento, ha llevado al primer ministro inglés David Cameron a salirse con la suya, ante la bajada de pantalones del resto de los 27 países, a cambio de apoyar la permanencia de la Unión Europea en el referéndum que va a tener lugar el próximo 23 de junio. Pero habrá que ver todavía como se desarrollan los acontecimientos. Si encima de esta concesión que rompe la unidad europea, socava pilares sociales fundamentales de la UE y consagra para siempre un estatus de privilegio para los británicos, se produjera un ‘no’ en el referéndum, la UE quedaría aún más debilitada al sufrir este enorme desaire pese a haber efectuado al socio británico grandes concesiones en asuntos capitales.

Pero lo que se juega con Gran Bretaña fundida a su modo particular o disociada del resto de Europa (pues su vinculación con ella es solamente una unión mercantil y un túnel bajo el Canal de la Mancha) es un pacto o acuerdo entre mercaderes, en modo alguno una integración política. Los británicos han sido, son y serán siempre muy suyos. Le cortaron la cabeza a su rey, no para entrar en una República, como en Francia, sino, paradójicamente para continuar siendo monárquicos. Como no han renunciado, renuncian ni renunciarán a tener su propias medidas longitud, masa, capacidad y superficie; ni a sus unidades monetarias de libras, peniques y chelines frente al euro; ni tampoco a su cristianismo sui generis revestido de anglicanismo; ni a conducir por la izquierda, que la derechaes sólo para despistar.

Un amigo mío llamado Gavilaso de León ha distinguido a los ‘pérfidos albinos’, a su modo ripioso y con tufillo patrioteril, con la siguiente ‘coña marinera’. «Yo nunca podré olvidar, pérfido inglés sonrosado más que un cangrejo escaldado, corsario y filibustero, saqueador y bucanero que, dado a piratería, hundiste mis galeones, me birlaste los doblones, el oro y la joyería sacada ‘decentemente’ por oscuras galerías en el Nuevo Continente. Tampoco podré olvidar aquella invencible armada que echó Felipe a la mar –el segundo de la Austriada– para hacer requerimiento a tu augusta soberana (nunca encinta por amor, ni de Lesbia enamorada, por no yacer con sajón ni con sajona en la cama, porque era su nación la cosa que más amaba, luego, es obvia conclusión: con Inglaterra follaba), y en vez de requerimiento fue por Sir Draque atacada con enorme ensañamiento, y al punto luego azotada por malignos elementos en tremenda marejada. Otrora naves temibles poco menos que invencibles llegaron solo a sus puertos unas pocas e inservibles, y unos hombres cuyo aspecto para sí irreconocible por lo muy desfigurados tras calvario padecido, que más que sobrevivido se dijo resucitados. Ni tampoco he de olvidar que me hayas derrotado en aguas de Trafalgar, por haberme conchabado con el galo interesado más despistado en el mar que un pulpo sobre un tejado; y que te hayas empeñado montándote un arsenal contra mi orgullo humillado en tierra de Gibraltar, donde hay unos monitos con barbita y con bigote que dan saltos sin parar divirtiendo a monigotes a los que llaman ‘llanitos’, las gentes de ese lugar; cuyo vicio favorito no es ni beber ni fumar, sino dar un trato exquisito al contrabando ilegal».
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