La penicilina y la hermana Emmanuelle

Por José Javier Carrasco

07/02/2023
 Actualizado a 07/02/2023
| MAURICIO PEÑA
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El folleto se titula ‘Visita a la fábrica de penicilina en León, de Antibióticos. S.A.’, forma parte del fondo documental de la Biblioteca Pública de León, está mutilado, – faltan páginas del principio y  final –, y muestra, junto al texto, una serie de fotografías en blanco y negro que hacen pensar que fue hecho no mucho  después de la puesta en funcionamiento de la fábrica. Algunas ilustraciones en color ajustadas al texto corroboran su carácter divulgativo. En sus dieciséis páginas explica el proceso de fabricación de la penicilina: la selección de esporas; la formación de la penicilina y la extracción del caldo que la contiene, una vez está formada, en tanques, fabricados en América, denominados Podbielniaks; la fase de esterilización y el envasado. El proceso de esterilización se realiza con las máximas garantías: «El personal trabaja revestido con prendas estériles (botas, máscaras y guantes) y llevando lentes y viseras especiales para protegerse de la radiación de los rayos ultravioleta que invaden el ambiente con el fin de mantener la más rigurosa asepsia». Curiosamente, la plantilla que muestran las fotografías de esta sección la forman mayoritariamente mujeres. Una cara de la modernidad, made in USA, en la que entraba la ciudad en 1952 con la fábrica levantada en Armunia por  Antibióticos S.A., creada en 1949 con la colaboración de la norteamericana Schenley lab.

Si Antibióticos mostraba el sello americano, la primera fábrica dedicada a la producción de productos químicos de León destinados a la sanidad, el Grupo Farmacéutico Merino e hijo, fundada en 1855, y que en 1864 pasaría a denominarse Fabrica de Productos Químicos y Farmacéuticos – disponía de cinco edificios de ladrillo, en el más puro estilo de arquitectura industrial decimonónica, situados en el barrio de San Lorenzo –  era el fruto de la iniciativa personal del hijo de Gregorio Merino, – patriarca de la saga –, Dámaso Merino, que aprovechó sus viajes por Francia y Suiza para trasplantar a León lo que allí vio. Dedicados a la fabricación de éter, cloroformo, el reconstituyente hematol y las primeras pastillas pectorales de España, para lo que se surtían de plantas medicinales de la provincia, que ellos mismos enseñaban a cultivar y recolectar a los lugareños. En 1876, el rey Alfonso XII les hace entrega de la medalla de oro de la Exposición Regional Leonesa, abriendo el círculo de  reconocimientos de la familia Merino que cerraría Fernando Merino al alcanzar el título de conde de Sagasta, quien dio una nueva denominación a la empresa familiar, la de Sociedad Leonesa de Productos Químicos. Esta interesante historia de superación y encumbramiento social la recoge la divulgadora científica Rocío Rodríguez Herrera,  en el artículo ‘León tiene química’, publicado por LNC.

En el libro autobiográfico, ‘Jésus tel que je le connais’ de una monja francesa, la hermana Emmanuelle, Jacques Duquesne, el autor del prólogo, en su penúltimo párrafo, dice estar convencido de una Creación evolutiva : «Mi hermana murió en 1941, ya lo he dicho. Cinco años más tarde, la podrían haber curado. Porque en aquel intervalo de tiempo un cierto señor Fleming había descubierto la penicilina. Porque la Creación había adelantado». Recojo el testimonio para reflejar los intentos de aproximación entre fe y ciencia, que recorren la historia de la Iglesia, en su deseo de ajustarse, mal que bien – pienso en Galileo, como en tantos otros – , al curso de la ciencia.
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