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La patria bovina (II)

20/05/2019
 Actualizado a 16/09/2019
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Interrumpo mi arrítmico teclear pasmado ante la imagen que Elena me acaba de enviar y que llega del remoto norte de Escocia. Guguéenla, por favor. Para mí es poesía pura. «Majestuosa», dijo ella. Cuatro vacas con dos crías contemplan el mar. Una de ellas podría ser aquella vaca del ‘Hombre que tenía una vaca’ de Carlos Mestre, que de forma sublime cantó Víctor M. Diez con magistral música de Tarna. Pero jamás podrían ser las vacas de José Manuel, el último vaquero de la ciudad, el profesor del Polígono de Vilecha, el cuidador de esas hembras redondas como una luna llena en su preñez. No podrían ser esas vacas, no por falta de belleza, de conciencia, ni de nada. Es el paisaje lo que las diferencia. Las de José Manuel, son las vacas que cada domingo se quedan al tren lleno de expatriados económicos, herederos del otro éxodo que vació los pueblos mientras se llenaban de agua los valles.

Y por azar, o por lo que sea, mientras escribo de esos trenes, como llegaron las vacas escocesas, por las vías del ciberespacio llegan los estremecedores trenes de Pink Floyd, ‘Another Brick In the Wall’, otra generación en la Historia.

Cierro la ventana y me asalta una pregunta. ¿Será algún lejano barco, como esos en los que emigraron más de 50.000 leoneses hacia América a principios del pasado siglo, lo que esas vacas escocesas miran con sus ojos de azabache? En aquellos barcos también viajó Redipollos, como otros muchos pueblos, y ahora su descendientes sueñan con volver a pasar los días entre las pardas alpinas que se quedan al Susarón. Cuantas veces lo ha contado el compañero Alfonso. Alfonso Martínez, no elAlfonso que da de comer paja a las vacas en Toral de los Guzmanes, dejando claro que no sabe nada de vacas, de la patria bovina. Las pintas se quedan al Mañueco como las de José Manuel a esos trenes llenos de los domingos, como las escocesas a los barcos, rumiando «no puede ser posible».
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