Secundino Llorente

La patada al caldero

08/07/2021
 Actualizado a 08/07/2021
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Habían estado tan formalitos durante toda la pandemia, pero, al final, «dieron la patada al caldero». En mi juventud empezaron a llegar las máquinas para el ordeño de vacas. Yo tuve la oportunidad de ordeñar aún a mano y existía el peligro de recibir una patada de la vaca precisamente cuando el caldero estaba lleno. Algo así ha ocurrido ahora con los estudiantes de segundo de bachillerato. Han dado una patada al caldero lleno de sensatez durante toda la pandemia y han salido de estampida y en avalancha a las islas o a las costas mediterráneas. Es una pena que hayan tirado por tierra todo el esfuerzo y los sacrificios de un año.

Metía miedo el principio de curso. Los alumnos llegaban al centro escolar atosigados de avisos y consejos. Era imprescindible que los padres superasen el miedo y las emociones para ayudar a los hijos en sus inseguridades sobre el inicio del curso y así sería más fácil adaptarse a la rutina y hábitos escolares «porque teníamos que acostumbrarnos a vivir con el temor y la mascarilla y hacer normal la anormalidad». Los profesores estaban asombrados por el excelente comportamiento de sus alumnos. Se había ganado en seriedad, organización y orden, pero se había perdido mucha alegría, entusiasmo, optimismo y jovialidad. Era evidente que habíamos avanzado en seguridad, pero habíamos perdido en ‘chispa’. Los profesores aseguraban que la transformación había sido total y que, cuando ellos entraban en el aula, los alumnos estaban ‘todos’ sentados y con la mascarilla bien colocada. Durante la clase no era necesario llamar la atención a nadie. Salían según el orden establecido y sin prisas. Ninguna aglomeración en los pasillos. Poco ruido. Esto no era una transformación, era casi un milagro. El comportamiento de los alumnos era tan ejemplar que todo eran felicitaciones. Había un cierto temor en un principio a que no cumplieran las normas o no respondieran a las exigencias de la situación. Pero los alumnos superaron ‘con nota’ las expectativas. A pesar de los contagios y confinamientos de grupos, el curso salió a flote sin ruidos ni escándalos y con la grata sensación de la comunidad educativa de haber superado con excelente conducta los retos del Covid. Muchas gracias, alumnos, por la lección de civismo que nos habéis dado, respetando los consejos de vuestros profesores para el uso de mascarillas, orden en el aula o distancias en recreos y pasillos. Además, en este año se han reducido considerablemente los conflictos y expedientes disciplinarios. Y todo ello sin poder disfrutar de las actividades extraescolares que sirven para relajar la tensión del curso. Ni un solo viaje de estudios. Puede que ahí esté la causa de lo que sucedió después. Los viajes de estudios suelen ser la válvula de escape que sirve para eliminar las tensiones del curso, pero es muy distinto realizar el viaje solos a ir controlados por los profesores del centro. Pienso que la sensación de paz y tranquilidad en el curso de algunos alumnos era engañosa, irreal y falsa. El mismo día que terminaron las actividades en los centros educativos, al finalizar los exámenes de selectividad, algunos alumnos se desbocaron y dieron rienda suelta a su energía juvenil y a sus deseos de libertad saliendo en ‘modo torbellino’ a las playas y saltándose todas las normas sanitarias.

Podría citar muchas opiniones y quejas de las redes sociales o prensa, pero voy a quedarme con la de Marta Marco Alario en el Diario de Mallorca que coincide con la mayoría: «Sí, mi instituto es uno de los que también se han visto salpicados por este brote y la responsabilidad es única y exclusivamente de las personas que se han contagiado (alumnos del centro, muchos de ellos menores aún –pero con sobrada información de la capacidad de contagio y funcionamiento de este SARS–, y de los familiares que se lo han permitido) porque como esta coordinadora covid les dijo: «Os vais a Mallorca en busca del coronavirus después de que durante meses, en el instituto, nos hayamos dejado la vida para que no os contagiéis y no contagiéis a vuestras familias».Este viaje lamentable no tiene nada que ver con el instituto. La jefa del departamento de Actividades Extraescolares, Jefatura de Estudios y Coordinación Covid19 no han organizado ni mucho menos autorizado (puesto que ha sido ajeno al centro) semejante estupidez con forma de contagio masivo.

Mallorca ha sido el punto álgido, pero yo he podido ver en Salou durante el mes de junio verdaderas riadas de jóvenes que desfilaban por las calles con su troley y en tropel de treinta o cuarenta chicos y chicas de diecisiete a dieciocho años, que invadían las terrazas de los bares y las playas, especialmente con macrobotellones nocturnos hasta las seis de la mañana, cuando ya amanecía. Las consecuencias han llenado las portadas de los telediarios. Sólo la ‘macrofiesta’ de Mallorca se ha saldado con un centenar de casos de Covid confirmados y miles de jóvenes confinados en toda España. Y lo peor es que esta campanada y desenfreno fomenta la adición. Ya estoy viendo a los alumnos de primero de bachillerato españoles soñando y planeando sus bacanales para el próximo mes de junio. A ver quién se atreve a cortar estas orgías y jolgorios juveniles si, a pesar de haber provocado ya la quinta oleada de esta pandemia, ellos se jactan y presumen de ‘salvadores de la patria’ porque, según ellos, han sido los únicos alicientes del turismo en este mes de junio.

Una verdadera pena este final de curso, pero no nos equivoquemos, la mayoría de los estudiantes de segundo de bachillerato han superado la prueba de la pandemia con excelente nota en ‘cordura’. Sólo unos pocos insensatos, los irresponsables cantamañanas de siempre, han terminado este curso tan especial con ‘una patada al caldero’.
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