La pandemia feminista

Debemos estar siempre atentas, porque las sutiles instrucciones de sometimiento están impregnadas en cada momento de vida. La lucha está más viva que nunca y hay mucho por lo que pelear. ¡Ojala de eso sí nos pudiéramos contagiar!

Mujeres por la Igualdad
20/09/2020
 Actualizado a 20/09/2020
Carteles en las ventanas de Ponferrada durante el confinamiento por la pandemia del coronavirus. I Ical
Carteles en las ventanas de Ponferrada durante el confinamiento por la pandemia del coronavirus. I Ical
Todas y todos sabemos lo que significan las cosas? O seguimos con incertidumbre igual que con la maldita pandemia?
Nos encontramos con negacionistas, teorías conspiratorias, fake news, con científicos súper informados y con descubrimientos que nadie conoce, ‘solo ellos’. Buscamos culpables, los encontramos y ¿reconocemos? a las víctimas.

Nos atrevemos a dar explicaciones de lo inexplicable, que es la violencia, la violencia machista, que desectructura, lacra, limita, degenera y desmoraliza nuestro sistema político, sanitario, social y judicial, con tantas y tantas fugas que van surgiendo de cada conexión con cada uno de los estamentos nombrados. Podemos hacer alusión al organigrama que corrobora esa insistencia que tenemos las feministas de requeté afirmar que el sistema está corrupto.

Es difícil ponerse a realizar intervenciones como si de operaciones quirúrgicas se tratara, porque aquí no se salvarán.
En este momento, que parece que el tiempo se ha parado, especialmente para denunciar; todo vuelve a normalizarse, o al menos eso parece. Son buenas las excusas de que no podemos celebrar reuniones masivas, para desmotivar a quienes nunca supieron hacia dónde tiene que ir dirigida esa motivación.

¿Qué nos pasa a las feministas? Dicen. Estamos esperando que alguien nos traiga la salvación, comosi de una carta certificada se tratara. No debemos apartar nuestra mirada del acto violento, de todo lo que resulta indigno para la especie humana y, por ende, para la mujer.

Pero no deja de ser una excusa más para infravalorar un movimiento que sigue manteniendo su identidad y que en el momento actual sufre otros ataques que procuran debilitarlo a toda costa.

Acciones que remarcan el estado de bienestar, llevándolo a la máxima expresión de opulencia, como son las cargas vergonzosas que señalan a nuestra sociedad como enferma y degenerada, principal muestra de una doble moral cuya desapariciónes la condición principal para que se comience la verdadera construcción de la igualdad.

¿Con qué base se puede sostener la política de la prostitución? ¿Con qué principios morales cuentan esos borradores para crear la ley que apoye los vientres de alquiler? ¿la deconstrucción del concepto biológico de mujer en beneficio de favorecer otros conceptos de la índole que sean?

El simple hecho de que todavía se crea que puede existir debate sobre ello (cuestión que, sorprendentemente,no acabamos de debatir …) nos da muestras del cinismo social que estamos viviendo y nos aclara la sospecha de que hay intereses que están por encima de todas las premisas y construcciones en términos de igualdad que podamos reivindicar.

Son los intereses de la élite. Las personas que mueven el mundo, con su poder que genera la economía y se enriquece cada vez que las personas de a pie sufrimos una de las ya clásicas crisis.

Y cuando nos encontramos en estos ambientes, se nos recuerda que aquí no hay prostitución, que son actos de reciprocidad: tu me das, yo te doy; los embarazos regalados son voluntarios y los pagos a estos servicios, son donaciones millonarias. Nos parece tan normal, que no hay espacio para la discusión.

Y si hacemos comentarios sobre ello, debemos medir nuestras palabras, porque las personas que ejercen ese poder son intocables en todos los sentidos de la palabra y, al final, puedes ser ajusticiado si te extralimitas en tu opinión.

Todavía nos quedan muchos techos de cristal por destruir, muchos prejuicios que superar, muchos actos violentos que denunciar, mucha formación que ofrecer y recibir, muchos comunicados, pactos de estado, planes estratégicos, puertas a las que llamar, concentraciones, manifestaciones, caceroladas, notificaciones y, sobre todo estar vigilantes, porque, como podemos observar, cada vez resulta más difícil poder expresar lo que sentimos, reivindicar nuestros derechos, denunciar abusos evidentes… es como si las libertades se fueran disipando a la par que va avanzando esta pandemia que parece que nos absorbe, y con razón. No podemos denunciar el trato a nuestros mayores y si lo hacemos a lo peor nos encontramos con que estamos transgrediendo la ley. Así que esto nos produce una tremenda sensación de impotencia y nos hace sentir marionetas dirigidas por los hilos de quien nos quiere mover con el guión que ya viene de fábrica. Vemos prostíbulos en los documentales que continúan abiertos a pesar de la incoherencia que esto supone, mujeres semidesnudas callejeando sin que nuestros gobiernos se apiaden de ellas; un día detrás de otro, en el mismo rincón.

Objetos de placer y de servidumbre que en el siglo XXI siguen estando ahí, cada día más presentes y más demandadas. Nos encontramos en un momento en que si no nos mordemos la lengua, nos tenemos que ver las caras con esta sociedad que nos hace renegar de nuestro propio placer, someternos a los designios del hombre. El fanatismo sigue manteniéndonos a raya, incluso para decirnos a nosotras mismas que entre mujeres las cosas no van bien. Todavía cuesta mucho nombrar nuestras partes íntimas, incluso no me atrevo a hacerlo aquí, por no incomodar las mentes lectoras; no hablemos de deseo, pero mucho menos de la falta de él.

Todo lo que rodea el mundo misógino considera nuestras entrañas como un gran secreto, sucio y despreciable y, seguimos acatando, porque unas por otras, no nos vamos a poner a gritar y a enfadarnos, pasaríamos, entonces, a la categoría de histéricas, locas, mujeres… en avanzado estado de desesperación, o como decía el otro, al borde de un ataque de nervios.
Lo intentamos de mil maneras, que si performance, canciones reivindicativas, literatura influyente, universidades feministas, todo lo habido y por haber y, parece que vamos avanzando, sí, pero al igual que con el resto de las cosas, pobreza, raza, tendencia sexual, clases sociales… podemos ver cómo todo se queda; o, ¿respetamos más a las personas de otras razas, aceptamos a los ‘sin techo’, vivimos con los gays?

Nos queda el arma de la rebelión,
o de la provocación… si mostramos nuestros cuerpos, ahí le hemos dado, es un infierno y las brujas atacan de nuevo. Observamos activistas como la Femen, que… ¡Vaya modales! ¡A pecho descubierto! ¡Cómo si no hubiera mil formas de exigir los derechos! Y ¿Cuántas formas hay de reconocerlos? ¿Cuántas mujeres deben morir a manos de sus parejas? ¿Cuántas jóvenes deben ser violadas por manadas?¿Cuantas, degradadas en las redes sociales porque les gusta el sexo y quieren tenerlo sin compromiso? ¿Cuántas desaparecidas?

No sé si el grito es ¡BASTA YA! O tenemos que plantearnos en exigir que se cumplan los derechos igualitarios que ya están reconocidos desde la declaración de los Derechos Humanos.

Nos apuñalamos políticamente… por norma. Pero lo normal no debe convertirnos en habituales de lo injusto. Y debemos tener presente que tal como afirma Sócrates «Es peor cometer una injusticia que padecerla, porque quien la comete, se convierte en injusto y quien la padece, no».

Las mujeres seguimos padeciendo la injusticia machista una y otra vez, sin intermitencias, sin descansos: Es por ello que no podemos dejar de luchar y si queremos que las cosas cambien, debemos seguir con nuestras propuestas personales, hacer nuestras propias modificaciones, reeducarnos y deconstruir todo lo que se nos ha ido inculcando, que tanto daño nos hace. Es una tarea que no puede parar. Una clave para saber que lo estamos haciendo bien, es tener claro que todavía nos queda mucho por cambiar, que debemos estar siempre atentas, porque las sutiles instrucciones de sometimiento están impregnadas en cada momento de vida.

Es por ello que esta lucha está más viva que nunca y que hay mucho por lo que pelear.
¡Ojalá que de esto SÍ nos pudiéramos contagiar!
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