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La nueva ‘verbenalidad’

10/06/2020
 Actualizado a 10/06/2020
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Voy a reconocerles algo: durante el confinamiento daba paseos por el pueblo. Cortos, sin salirme a pistas sin asfaltar. Uno al día y menos de cinco minutos. Lo hacía a hurtadillas, deprisa y como una delincuente. Pero lo hacía con coartada, la que me daba llevar debajo del brazo un cartón de huevos vacío para justificar mi salida con una visita a las gallinas si me topaba con la autoridad pertinente. Se lo cuento ahora que ya camino con garantías legales, pudiendo permitirme hacerlo con más tranquilidad e incluso parándome a contemplar rincones. Ayer hice parada frente a las puertas de atrás del corralico de Socorro, el lugar donde hace ya más de una decena de años encontramos el enclave ideal para levantar la peña, una especie de refugio que ha sobrevivido a las heladas, a las lluvias, al calor de agosto, a un allanamiento del gocho de Toño que se escapó de la pocilga y, lo que es aún más importante, a la adolescencia. Pero con lo que no ha podido el tiempo, sí ha podido la pandemia. Por eso ayer, a diez días de que empiecen las fiestas, no estaban los sofás de la peña en la calle. No había nadie limpiándola y preparando unos días que se esperan durante todo el año. A estas alturas ya sabríamos qué orquesta vendría y a qué hora se soltarían las vaquillas. Ya no tardaría mucho en llegar Antonio para coger sitio en la plaza y montar las colchonetas. También andaría rondando ya Jose para colocar la tómbola y el Chipiburguer, ese carro que a partir de las siete de la mañana siempre se convierte en restaurante con estrellas Michelín. Andrés ya estaría llenando las cámaras del bar hasta la bandera y en las casas habría empezado la limpieza general. Se habría hecho el licorete, encargado los bollos y pensado el menú del domingo. En breves se colgarían los banderines de colores en las calles y habríamos empezado a ver la previsión del tiempo para esos días que acostumbramos a vivir en la calle, sin distancias, con pasodobles bien agarrados, sin miramientos a quién te pega un trago al cachi. Pero llegó la nueva ‘verbenalidad’ que de momento no tiene real decreto que la rija ni nadie que nos explique cómo vivir unos días de fiesta sin fiesta. Antes de que lleguen lo único que podemos hacer este año es echar de menos hasta al cantante de aquella orquesta que llegó a demostrar que un conjunto gallego no es sinónimo de calidad. Menos mal que la covid-19 lo que no puede es quitarnos lo ‘bailao’.
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