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La nueva normalidad de otoño

04/12/2020
 Actualizado a 04/12/2020
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Estamos en otoño, una estación en realidad un poco tristona por mucho que las hojas de los árboles nos configuren un paisaje que, con un poquito de sol, se hace encantador. Parques y jardines, y no digamos Posada de Valdeón, se ponen como las películas americanas, que, no sé por qué razón, siempre, en todo o en parte, suceden en otoño, ya sea Central Park o cualquiera de las muchas reservas boscosas que tienen.

Pero ya nada es igual.

Nos las prometíamos muy felices allá por San Juan. Habíamos vencido al virus. Nos lo creímos, o nos lo hicieron creer. Cogimos el hato, léase coche, avión, tren o lo que sea, o, simplemente, nos dispusimos a hacer lo hacíamos antes, a diario. De hecho, hoy día, con todos los brotes y rebrotes, con el virus campando por ahí, si uno no se fija demasiado, hasta parece que estamos así, como antes, o sea, como hace un año.

Pero resulta que no. Que no, porque era que no, por mucho que nos hablaran de que los contagios estaban poco menos que erradicados. Que no porque, además, tampoco nosotros, o al menos una buena parte de nosotros, nos tomamos en serio lo delas precauciones mínimas, incluidas las obligatorias de llevar la mascarilla en bares, en terrazas o allá donde fuere de menester, incluyendo las fiestuquis celebradas donde y como fuere de menester.

Con esos mimbres hemos hecho estos cestos, en otoño, en el que se caen las hojas y, además en este año y ahora, otras muchas cosas.

Vas por la calle, de paseo o a lo tuyo. Y mejor que sea a lo tuyo, porque de esa manera te fijas poco, porque si te fijas, entre tiendas en venta, en traspaso o en cierre temporal…

Se nos cae la hostelería, la grande y la pequeña. Menos mal que, de la grande, parece que el Hostal, al fin, abre próximamente, aunque mucho me temo que del antiguo hotel de 190 habitaciones nada volveremos a saber. Renovarse o morir.

Se nos van a caer, si no se han caído ya, las reuniones familiares de navidad. De fiestas en esas fechas, ni hablar del peluquín, al menos si se quiere ser prudente. Si no… pues allá cada uno, que luego vendrán los llantos y el crujir de dientes.

Nos ha caído una remodelación de Ordoño, verde eso sí, mientras que los barrios, como ya decía hace unos días Juan Carlos Ponga en estas mismas páginas, «también existen», aunque no lo parezca.

Y qué decir del viacrucis sabroso a que te ves sometido si quieres contactar con entidades de todo tipo, públicas y privadas, pero especialmente administrativas. Una situación a veces kafkiana, porque para tratar cualquier tema en persona tienes que concertar hora, y para concertarla has detener la suerte de hacerlo previamente con quien corresponda, cosa que a veces sucede que sí y a veces no, con lo que te puedes pasar días para poder hacer algo que, antes, en la normalidad normal, mal que bien resolvías en un par de sesiones. Me gustaría saber queescribiría en estas circunstancias Leopoldo Alas ‘Clarín’, aquél que acuñó en su escrito de principios del siglo pasado aquello del «vuelva usted mañana».

Nos están cayendo unos Presupuestos Generales que hacen honor a la «nueva normalidad», o sea normalmente anormales dentro de lo que es normal en esta normalidad anormal. ¿Me explico?

Un León 30 ecológico y sostenible, con los vehículos circulando en marchas cortas, o sea consumiendo más combustible y por lo tanto generando más polución. ¿Me lo puede explicar alguien? Esperemos que, al menos, con esas velocidades generalizadas, las bicis, patines y demás vehículos unipersonales dejen de circular por donde les venga en gana. Ahora no van a tener justificación. ¿O sí?

Hace unos días comentaba la situación de la legislación de alquileres. Bueno, pues más o menos parecido hay que decir sobre el prometido decreto de los desahucios. Creo que es justo que se prevean soluciones para personas y familias afectadas por la situación actual. Es justo y no se las puede olvidar, y me parece bien que el Estado se preocupe de ellos, que para eso está, y quiero creer (aunque quiero y no puedo), que se hará con justicia, obligando a mantener los alquileres aunque no se paguen, y asumiendo el erario el abono de esas cantidades a los particulares, que, además de pagar sus impuestos, no tienen ninguna culpa. Claro que es más fácil, y barato tirar con pólvora ajena, quedar bien ante la opinión pública y afear a los propietarios su sempiterna avaricia. Veremos. ¡Ah! Y que no nos saquen a pasear, según costumbre, a los ‘fondos buitre’, que solo son propietarios del 3% (tres por ciento) de esos alquileres.

Y eso que estamos en otoño y aún nos falta el invierno. En fin, que con la normal normalidad vivíamos mejor y la nueva está hecha unos zorros.
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