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La noche de los fantasmas

06/11/2020
 Actualizado a 06/11/2020
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En ‘El Monte de ánimas’ de Bécquer, las ánimas de los de moros y templarios enterrados en aquel monte tras una lucha encarnizada, regresan en la noche de difuntos y corren con los animales como en una cacería fantástica, entre breñas y zarzales. «Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos. Y al otro día se ven impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos». Solo Alonso, un inocente joven cegado por la pasión, por complacer a su manipuladora prima, se atrevió a acudir a ese lugar prohibido en la noche de difuntos, en busca del lazo azul que ella había perdido y pretendía regalarle. Cuando ella despertó, vio sobre su mesilla la cinta azul ensangrentada, pero él nunca regresó.

No. No estamos en el Medievo ni en un relato de Bécquer. No suena el reloj del Postigo, ni campanas anunciando la noche de ánimas. Estamos en León, en nuestra propia noche de difuntos, de fantasmas, de fantoches movidos por entes invisibles que después se delatan en las redes, desvinculándose de estos actos. Craso error. No hay mayor confesión que defenderse de lo que no te han acusado. Manipulados Alonsos buscando el regalo prometido, un lazo azul que llamaron Libertad. Desde su ciega ignorancia no ven que esa batalla ya la ganaron sus abuelos y esa palabra, recibida como legado, les permitió hacer lo que hicieron. Los fantasmas de la noche de difuntos leonesa emularon de forma tan perfecta el relato de Bécquer, que libraron su absurda escaramuza ante la última morada de reyes, nobles y plebeyos muertos en contiendas, en la conquista y defensa de esta tierra, aullando como lobos una sarta de excusas peregrinas para justificar un vandalismo inexcusable, huyendo por las calles de León bramando como ciervos espantados. Una cacería fantástica que llegó hasta San Andrés, en la que el ruido de sus destrozos y las sirenas policiales sustituyeron los silbidos de culebras, ladridos y ráfagas de viento con los que el poeta quiso transmitir inquietud y miedo. Al otro día no había huellas en la nieve, de los pies descarnados de los muertos. Sólo había destrozo y ruina para algunos, impotencia para otros y vergüenza para todos. Y al despertar, encontramos una ciudad dolorida y la palabra Libertad ensangrentada en el suelo, ante la Pulchra Leonina, la dama de cristal y piedra venerada por los leoneses, que no merecía ser testigo del vandalismo callejero de los fantasmas de la noche, escondidos entre nosotros a la luz del día. Valientes.
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