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La niña de la piruleta

24/04/2022
 Actualizado a 24/04/2022
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«Estoy ahora escribiendo por rabia (…) Quiero denunciar a todos, mandar a todos al diablo. Voy a mi máquina de escribir como podría ir por mi ametralladora». Palabras de Susan Sontag que hoy haría mías con gusto porque, o cierras los ojos y taponas los oídos, o la realidad te revienta la calma y a medida que escribes, casi machacas las teclas.

No pensaba empezar así el día en que se celebra la bonita falacia de la Comunidad Autónoma no se sabe de quién, a cuya celebración asistirá un agónico León enchufado al tubo de oxígeno, por prescripción médica. Tampoco sé qué celebraría ayer esa Tierra a la que también hemos llevado a la respiración asistida. Por buscar algo positivo, mencionar el día del libro que, aunque tampoco se libre de sus guerras de tinta, dejarán constancia de tanta tropelía humana. Y todo ello salpicado de forma inevitable por una guerra, un testimonio y un par de fotos que, como a Susan Sontag, me han puesto a aporrear el teclado.

Cuenta Daryna que se asomó a la ventana. Lo hace cada poco porque la muerte acecha en el cielo y ya ni las sirenas avisan. Todo estaba en calma y le gustó ver vida en la calle. Dos viejos vecinos, que ahora comparten sótano, habían salido a estirar las piernas y charlaban arrimados al paredón de enfrente, como buscando el calor que pudiese conservar porque hasta hace poco, fue el hogar de uno de ellos. Minutos después, cuando un rugido ya familiar volvió a ser silencio, se atrevió a asomarse de nuevo. El falso cielo seguía con su falsa calma y la muerte yacía en el suelo, a los pies del paredón de enfrente.

No hubo asesino. Solo un objeto rasgó el cielo. Una guerra entera en un solo metro.

‘Niña con una golosina’ titulan un par de fotos que te hacen sangrar los ojos (unas de tantas). En ellas, una niña, primero asomada y después sentada en la repisa de una ventana de lo que ya son ruinas, vigila con una piruleta en la boca y un fusil en sus brazos. Otra guerra entera en una ventana, no existen palabras. ¿A quién va a matar una niña con una piruleta en la boca? ¿Qué hace una niña con un fusil en la mano, vigilando en una ventana mientras los mandamases europeos se pasean como excursionistas por sus calles –que se sepa que fueron– con más seguridad para un solo hombre de la que tienen esas ciudades enteras? Perdón, lo que fueron ciudades. Tuvieron que morir para que muchos sepamos que existen. Jerson, Mariúpol, Bucha y sabe dios cuántas, existen. Lo sé gracias a una maldita guerra. Ya son esqueletos de casas añorando a sus dueños y dueños sin techo. Son camas ocupadas por escombros, esperando el calor del humano y humanos huidos, muertos o durmiendo en sótanos. Aviso al mundo: hay una niña con una piruleta vigilando desde una ruinosa ventana. Pero durmamos tranquilos, que tiene un fusil y si aparece un hijo de putin, sabrá defenderse.A los dos ancianos ya no hace falta buscarlos, murieron arrimados al paredón de su casa…

Si, a veces se necesita una ametralladora para escribir lo que uno siente. Hay que amarrase la rabia para hablar de un genocida queriendo dibujar las fronteras del mundo a su antojo y conquistar un mar que ya pasará a la historia por ser más negro que Negro.Un maldito territorio, un loco aplastando al débil con los métodos más ruines y viles y una Europa cuajada de muerte, contemplando la masacre, con una mano dándose golpes de pecho y con la otra dando miles de millones al asesino. Cuesta entenderlo y ya habría que empezar a repartirnos las culpas, que a estas alturas, hay ya para todos.

Para templar ánimos regreso a la tierra, al tema del día, a la fiesta que por aquí pocos celebran y te das cuenta de que, cerrando el foco, guardando las distancias y sin matanzas físicas, todo se reduce a lo mismo. Otra historia de ansia de poder, de pactos traidores. Otro dibujo falseado a capricho sobre un mapa en beneficio de unos, avasallando a otros. Un territorio anexionado a la fuerza, convertido por las bravas en una región subordinada y expoliada por los que tomaron sus tierras, administraron su riqueza, crearon desigualdad y acabaron arruinándola. Y también aquí hubo muertes, abuso de poder y emigrantes en su propia tierra. Murieron comarcas. Hoy celebramos tener pueblos fantasmas, sin niñas asomándose tras los visillos, casas esperando en vano a sus dueños y dueños emigrados porque les cerraron la puerta a la vida, que es otra forma de muerte. Desde el lugar más recóndito hasta el final del planeta, la misma historia en dimensiones distintas.

Al final, no veo más motivo de celebración que un libro. Uno sin balas en las palabras, misiles en los márgenes ni gas letal entre líneas. Elijo unos versos entresacados de un poema que calma, abre puertas y ofrece lo único que deseas: «Yo quiero un camino. Sin más, un camino... Da igual si es de tierra. De tierra me vale. Yo quiero un camino que tenga una luna, que tenga una sombra, que tenga un paisaje... Yo quiero un camino con curvas, con rectas, con puentes, con piedras donde tropezarme…» (Magdalena Blesa).
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