11/02/2015
 Actualizado a 16/09/2019
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Vaya por delante que, lo que aquí se relata pudo pasar el reciente fin de semana en cualquier pueblo de la geografía leonesa. Y que, aunque lo citado describirá con exactitud lo allí acontecido, puesto que así me lo contó un lugareño que estuvo presente, me cuidaré de dar nombres y localizaciones reales. Que por menos a Antonio le desmontaron el chiringuito, menuda es la gente cuando se enfada.

A los de la capital nos gusta la nieve, nos agrada verla caer desde nuestras casas. Nos divierte bajar a jugar con ella, hacer algún que otro muñeco y sacar los trineos de los niños para tirarnos por la primera cuesta que pillemos.

Seguramente ocurra porque al poco tiempo las calles suelen estar limpias, porque echan sal como si al Atlántico le sobrara y porque, con alguna pequeña dificultad, pronto regresamos a la normalidad. Después vamos a esquiar y colgamos fotos, las mismas que enviamos a nuestros amigos, en todas las redes sociales habidas y por haber.

A los de la montaña ya les gusta menos, porque se les cae el repetidor, quedan incomunicados, comen frío y no tienen calor, no pueden ir al médico y no aparece ni Cristo a quitarles la nieve. Y cuando llegan pasa lo que pasa.

Que casi se lían a mamporros entre los vecinos, los de la pala y los domingueros que suben a enredar y se les termina cruzando el coche en mitad de la carretera. «Porque la pala no se come la nieve, la echa para algún lado, pero la gente no lo sabe». Y si cae a la derecha va encima del todoterreno del guarda, éste protesta, y cuando la manda a la izquierda aparece sobre la furgoneta de Toño, el del bar.

El guarda y el del bar se enzarzan, el de la pala presencia el espectáculo hasta que espeta: «Oye, a mí ‘mandáronme’ llegar hasta la entrada, así que, aquí os quedáis», media vuelta y para abajo otra vez. Y el pueblo sin limpiar.

Cuando el de la pala baja no puede dar la vuelta porque allí hay una furgoneta aparcada y empieza a fresar; toda la nieve encima del furgón. Cuando regresa ve al dueño espalando, llevaba dos horas en ello, y le grita: «Qué, ¿jugando un poco con la nieve?». Libró de milagro.
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