12/05/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Con el Renault 9 al ralentí, esperando en el semáforo de la avenida de la Facultad, el comentario era siempre el mismo: «Esa casa fue antes un hospital en el que una vez me operaron, a aquélla la llaman la Huevera, a esta otra la Casa del Coño y ésta de aquí –decía señalando hacia la sede de la Seguridad Social– la está pagando toda tu padre». Yo miraba a los edificios y no entendía absolutamente nada, pero la curiosidad siempre empieza por donde empieza. «¿Y por qué la llaman la Casa del Coño, Papá?». Tenía que interceder mi madre: «¿Ves a Guzmán ahí arriba? ¿Sabes lo que está diciendo? Pues dice: Si no te gusta León, por ahí está la estación». Supongo que era muy complicado explicar a un niño que, en realidad, lo que está haciendo Guzmán es lanzar un puñal a sus enemigos para que asesinen a su hijo, claro, así que la sabiduría popular y la diplomacia de las madres atribuyeron esas palabras al caballero leonés. Años después, la estación de tren cambió de ubicación pero el brazo del guerrero sigue indicando el camino que han tenido que coger muchos leoneses, les guste o no su tierra, para buscarse la vida. Con su leyenda, en lo alto de la plaza a la que da nombre, fue durante años la escultura urbana más popular entre los leoneses. El resto eran, por lo general, santos, vírgenes y alguna bochornosa figura cuya presencia en nuestras calles sólo se explica por la iluminación que algún escultor tuvo no precisamente a la hora de crearla, sino a la hora de pagar un vino al concejal de turno. Pero un día, gracias a la generosidad de Amancio González, apareció en la plaza de Santo Domingo un gigante tan amorfo como tierno, genialmente desproporcionado, en eterna flexión abdominal, señalando con una mano y algo así como pidiendo con la otra. Consiguió en pocos días lo que en otra parte puede resultar complicado y aquí parecía imposible: agradar a mayores y pequeños, a leoneses y a visitantes. La prueba de su éxito es que, cuando un conductor borracho destruyó La Vieja Negrilla una madrugada (a borrachos, conductores y madrugadas les debemos los leoneses algunas de nuestras leyendas más singulares: ¿para cuándo una escultura dedicada a Genarín?), la sociedad reaccionó, lo cual ya es una noticia en sí misma simplemente por el hecho de conjugar ese verbo, como si le hubieran robado algo que ya consideraba suyo. Ahora que la ciudad se llena de reyes subidos a caballo y bustos de reinas con la mirada perdida, La Negrilla cumple una década desde que renaciera en bronce, demostrando que no es necesario hacerle guiños a la Historia ni grandes excentricidades para que el pueblo se sienta identificado con el arte. En Botines se ha organizado una exposición con motivo de este aniversario, mientras el gigante sigue creando recuerdos de León que viajan por todo el mundo a través de las fotografías que cientos de turistas le hacen cada día (compite con la mismísima Catedral en ser el monumento más fotografiado de la ciudad), y acogiendo entre sus brazos los juegos de los niños, da igual que pasen todos los días junto a él o que lo descubran por vez primera. En el brillo del metal se pueden ver las huellas del roce, incluidas sus partes nobles. Nunca falta la pregunta: «Papá, ¿por qué es Negrilla si tiene eso ahí?». La respuesta es que toma el nombre de un árbol típico de esta tierra porque nació para lo que iba a ser un huerto escultórico, pero la curiosidad siempre empieza por donde empieza.
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