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La negra provincia

31/01/2016
 Actualizado a 17/09/2019
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Tengo para mi que el escritor leonés que mejor ha sabido captar el espíritu de León, ese aura tragicómica que destilan sus calles y avenidas, sus bares y sus tabernas llenos a toda hora de jubilados, funcionarios escaldados y comerciantes vestidos al modo de los viajantes de tiempo atrás, ha sido Luis Mateo Díez y que lo hizo ya en su primera novela, que considero la mejor de todas. ‘Las estaciones provinciales’, de 1982, condensa en doscientas páginas ese mundo provincial y revenido que Flaubert describió también en sus novelas naturalistas francesas, sólo que con las particularidades propias de lo leonés: la socarronería cazurra, el esperpento barroco que dio a luz a Genarín entre otros muchos personajes reales o de ficción, la visión deforme y valleinclanesca de un mundo oscuro y pequeño, de una vida y unas vidas que se resumen en lo tradicional y se consumen en la mediocridad o en la locura o la heterodoxia de los que se salen de la rueda histórica. El Marcos Parra, ‘Marquines’, de la novela de Luis Mateo Díez, el periodista que en solitario recorre y cuenta los mil rincones de una ciudad provinciana, disparatada y triste a la vez, uno lo ha visto muchas noches por los bares de León, como ha visto al resto de los personajes que protagonizaban aquella y otros libros del autor: políticos provincianos con ínfulas de grandeza, autoridades corruptas, empresarios sin escrúpulos, ciudadanos ambiciosos dispuestos a lo que sea con tal de parecerse a ellos… Y todo en medio de un panorama gris, de color de ala de mosca, como de blanco y negro de la posguerra apenas entreverado por los colores, en primavera y verano, de las montañas al norte y de los árboles de unos jardines en los que los jubilados se aburren viendo pasar la vida delante suyo.

Estos días, la imagen de ese León deprimente, oscuro y conservador de las novelas de Luis Mateo Díez me ha venido a la memoria mirando en los telediarios y en la prensa nacional las imágenes de un juicio que, más que una tragedia griega, que lo es también sin duda ninguna: ambición, pasiones incontroladas, mujeres humilladas y vengativas, la sociedad entera ardiendo en la antorcha roja del odio y la furia ciega como en las novelas de William Faulkner o Capote, es también la demostración palpable de que la negra provincia sigue existiendo, de que nada o poco ha cambiado en esa ciudad que se pretende moderna a pesar de todo desde que Luis Mateo la describió al dictado de Clarín y Valle-Inclán y de todos esos autores que, como Flaubert, hicieron de la provincia la transposición de la visión completa de un mundo capaz de lo mejor y de lo peor, de las mayores pasiones y de las patologías sociales y personales más tenebrosas.

Como cantó Carlos Cano en una de sus canciones, Dios nos libre de las clases medias.
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