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La Navidad del Dólar

23/12/2018
 Actualizado a 09/09/2019
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En la Ciudad del Dólar la Navidad era humilde, porque el Dólar era para unos pocos. Para los empresarios de las minas, para los ricos de siempre o para los médicos pluriempleados. En la Ciudad del Dólar había 30.000 cuerpos trabajados por el esfuerzo y por las ilusiones que venían con la nieve y el río. El río Sil, el único que no cambia nunca. Acercarse al Sil es acercarse a la infancia. Allí nos aguarda. Allí nos ayuda a su manera.

Ponferrada de los años 60. Endesa ganaba mucho dinero y ponía en la base de su chimenea más alta, con enormes bombillas, los números del año nuevo, pongamos 1966. Unas luces que se veían desde toda la ciudad, y que subrayaban que estábamos en Navidades. Y que el carbón que volaba por el aire, que manchaba la ropa tendida, y que era un inagotable fragor de camiones, trenes, tolvas, térmicas y hasta una montaña negra, era el nervio de la urbe. Su sangre seca. El manantial de antracita del que bebían sus pobladores.

Pero la emoción estaba en otra parte, muy cerca: en los padres, en los abuelos; en los tíos que venían con regalos y palabras. Las palabras son el mejor regalo. Las que me dieron mis tíos Celso y José Ramón se quedaron en mí, me cuidan cuando la memoria me invita a dar un paseo. El regalo de la palabra, aunque yo entonces lo que prefería era el autobús que me trajo Celso; el Chevrolet verde que me regaló José Ramón.

No todos los niños tenían juguetes. Descubrir este escándalo me llevó por caminos de misterio y de tristeza. Fue en el barrio de Flores del Sil, donde vivían unos parientes nuestros, que eran pobres. Fuimos a verlos, sus hijos nos enseñaron los juguetes que les habían traído los Reyes: eran de una modestia abrumadora. Al salir de aquella casa le dije a mi madre que no entendía por qué aquellos niños no le pedían a los Reyes regalos mejores. No hubo respuesta. Otro día, en clase, en el colegio de San Ignacio, un compañero me dijo que estaba muy contento porque en Nochebuena su madre compraba membrillo. Lo del turrón era inimaginable en aquella casa de un obrero que, sin embargo, se gastaba buena parte de su pequeño suelo para que su hijo estudiara en San Ignacio, entonces un colegio de pago.

La Navidad de la Ciudad del Dólar es un caudal que todavía vive, lleno de nieve y de carbón, en la memoria de aquellos niños. A los que el mundo les iba revelando entonces muchas de sus injusticias. Eso sí, en medio de una muy tierna, segura y luminosa alegría.
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