Angel Suárez 2024

La naranja mecánica

01/12/2019
 Actualizado a 01/12/2019
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Crece la violencia contra las mujeres, porque la sociedad es cada vez más machista y, aunque intentemos ocultarlo, a los hombres se nos ve el plumero a la hora de asesinarlas, de violarlas y de anularlas en el ámbito laboral y social, que es a lo que inevitablemente nos conduce la tradición heteropatriarcal de la que somos herederos. Como respuesta sólo cabe que el Estado apoye incondicionalmente el feminismo radical mediante la acción política legislativa y, especialmente, mediante la dotación de recursos económicos a toda clase de asociaciones y organizaciones feministas.

Este es el resumen de la opinión política y periodística vertida casi unánimemente en esta semana, pero como tengo el vicio de pensar por mi cuenta y como aún queda algún periódico que deja un rincón a la disidencia, me voy a permitir el lujo de decir que no me lo trago.

Crece la violencia en las relaciones familiares, afectivas, sociales y sexuales. Contra las mujeres y contra los hombres, los niños y los ancianos, y especialmente entre los jóvenes. Eso es un hecho irrefutable y cualquier mecanismo para hacerlo visible debe ser bienvenido, pero el asunto es suficientemente serio como para esconderlo detrás de manifestaciones festivaleras y de los habituales mantras de nuestra desnortada izquierda.

Es falso que la violencia aumente de forma paralela al machismo. Es un hecho que nuestra sociedad es cada vez menos machista, las mujeres superan a los hombres en número en las universidades y en las oposiciones, y su integración en el ámbito laboral y político, si no plena, es desde luego espectacularmente superior a la de cualquier época pasada. En cualquier empresa privada de mediano tamaño hay jefas y subordinados, jefes y subordinadas, y compañeros de ambos sexos que se zancadillean por igual. No existe una relación ni siquiera medianamente proporcional entre el aumento de la violencia contra las mujeres y el del machismo en cuanto a su integración laboral y social.

En segundo lugar, las políticas legislativas tendentes a criminalizar al varón han demostrado su total inutilidad. Quince años después de que el gobierno Zapatero promoviese la Ley de violencia de género, todo el mundo sabe que un hombre denunciado por malos tratos pasa una noche en el calabozo sean cuales sean las circunstancias fácticas que rodeen la denuncia, y todo el mundo sabe, particularmente los titulares de los Juzgados de Familia, hasta qué punto ha sido utilizada la denuncia falsa por infinidad de letrados facinerosos para preparar un proceso de divorcio o defender la custodia de un menor. Sería un precio que podríamos pagar con gusto si ello hubiera servido para frenar el aumento de los casos de violencia, pero las cifras demuestran que no ha sido así. El endurecimiento de las penas y el establecimiento de toda clase de mecanismos que hagan más rápida, accesible y efectiva la labor de la policía, jueces y fiscales, es deseable y necesaria, pero la discriminación penal por razón de sexo no. Esta semana hemos sabido que Gran Bretaña prepara una Ley de violencia doméstica que no distingue entre géneros, será que los ingleses se han vuelto todos fascistas de repente, se decía en las redes sociales.

De la reeducación en el feminismo ferozmente inculcado en la enseñanza puede decirse lo mismo. Quienes han protagonizado las manadas y manaditas que violan en cuadrilla a mujeres y a niñas no son precisamente las generaciones de la EGB y el BUP de los 80, a quienes el machismo se les supone, sino los jóvenes y jovencísimos pupilos que han disfrutado las feroces campañas escolares pro feministas.

En lo relativo a la asignación de recursos a los colectivos, asociaciones y organizaciones hembristas y feminazis de toda índole, preferiría no opinar y dejar el asunto en manos del periodismo de investigación, entiéndase como ironía. Valga señalar que desde 2014 se han repartido 16.000 ayudas públicas y más de 150 millones de euros a este tipo de entidades que proliferan por todas partes al albur del nuevo negocio político. Sería bueno saber si las víctimas se han beneficiado de estos fondos en la misma proporción en que los parados de Andalucía se beneficiaron de los que el socialismo les destinó en su día.

Crece la violencia en las relaciones humanas, y cada vez es mayor la sensación de que buscamos las causas en el lugar equivocado. Hace décadas que se viene hablando de la crisis de valores de las sociedades modernas, empeñadas en sustituir los del humanismo cristiano que sustentaron nuestra civilización por los del individualismo capitalista y los de la lucha de clases –y de sexos– del casposo marxismo. Ninguna dictadura de opinión, por férrea que sea, evitará que veamos cada vez con más claridad las catastróficas consecuencias de esta deriva. Es la naranja mecánica.
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