La música para la pantalla deja de ser un arte menor

El Premio Princesa de Asturias de las Artes a los compositores Ennio Morricone y John Williams viene a corroborar el creciente interés que la música aplicada a la imagen ha adquirido a lo largo de los años no solo entre los aficionados al cine sino también en el ámbito académico

Joaquín Revuelta
09/06/2020
 Actualizado a 09/06/2020
Ennio Morricone y John Williams son referentes indiscutibles de la música aplicada, cuyo magisterio ha sido reconocido con el Premio Princesa de Asturias de las Artes. | RTVE
Ennio Morricone y John Williams son referentes indiscutibles de la música aplicada, cuyo magisterio ha sido reconocido con el Premio Princesa de Asturias de las Artes. | RTVE
Entre Ennio Morricone y John Williams me quedo con Georges Delerue, el genio francés de Roubaix, músico de cabecera de la nouvelle vague y compositor venerado en Hollywood, donde se trasladó a mediados de los años setenta y donde murió en 1992 a consecuencia de un infarto, dejando tras de sí una producción de más de 350 composiciones para teatro, danza, cine, televisión, espectáculos en vivo y clásica.

La noticia de la distinción exaequo de los compositores romano y neoyorquino al Premio Princesa de Asturias de las Artes me ha llenado de orgullo y satisfacción, entre otras cosas porque honra igualmente al francés, que forma parte de la misma generación que Williams y Morricone, pero sobre todo porque supone el reconocimiento de la música aplicada a la imagen como un arte mayor y no como una expresión menor, como durante un tiempo han querido demostrar los partidarios de la música total, si bien es cierto que los profesionales que se dedican a las bandas sonoras suelen coincidir en los comentarios de que la música de cine siempre tiene que estar al servicio de la historia y que una buena música nunca podrá salvar una mala película, aunque en ocasiones logre cambiar la percepción que se tiene de la misma, y si no que se lo pregunten a un contrariado Alfred Hitchcock que tras finalizar el montaje de ‘Psicosis’ estaba casi decidido a convertir el filme en un episodio más del popular serial televisivo ‘Alfred Hitchcock presenta’ hasta que su músico de cabecera, el iracundo y siempre genial Bernard Herrmann, le instó a que se tomara unos días de vacaciones y dejara la película en sus manos, creando una partitura tan memorable que no solo hizo cambiar de opinión al ‘mago del suspense’ sobre el destino final de la cinta sino que convirtió ‘Psicosis’ en su obra más carismática y popular y por la que siempre será recordado. Otro tanto se podría decir de ‘Tiburón’, donde la amenazadora música de John Williams (un efectivo uso de la cámara subjetiva y unos bidones amarillos) suplió a menudo la presencia del escualo mecánico que tantos quebraderos de cabeza dio al equipo de rodaje debido a sus reiteradas averías.Esa confianza y complicidad entre músico y director está muy presente en la historia del cine, de la que existen ejemplos tan significativos como la alianza entre Nino Rota y Federico Fellini, que también podría ser aplicable a Visconti; el mencionado Georges Delerue y François Truffaut; el tándem John Williams-Steven Spielberg y por extensión a George Lucas, o el que Ennio Morricone formó con Sergio Leone y en un registro algo más sentimental con Giusepe Tornatore.

El músico romano contribuyó poderosamente a la popularidad de la llamada ‘Trilogía del dólar’, pero lejos de acomodarse en unos sonidos perfectamente reconocibles creó para ‘Hasta que llegó su hora’, que supone la mayoría de edad del llamado ‘spaghetti western’, una obra maestra de extraño lirismo tratándose de un western, y que años más tarde trasladaría al género gansteril en ese otro monumento titulado ‘Érase una vez en América’. Pero si hablamos de sentimentalismo y de ese poder evocador que tienen las imágenes cinematográficas ninguna partitura musical lo ha expresado mejor que ‘Cinema Paradiso’, cuya apoteosis final de «besos robados» –parafraseando a Truffaut– representa uno de esos momentos irrepetibles que muy de vez en cuando nos brinda la sala oscura, un tema musical que por cierto viene firmado por su hijo Andrea Morricone, aunque la huella del maestro está en cada una de sus notas.

Volviendo al músico norteamericano, recuerdo que el año que ganó por quinta vez el Óscar con ‘La lista de Schindler’ competía también Elmer Bernstein con la hermosa y elegante partitura compuesta para ‘La edad de la inocencia’, de Martin Scorsese. Aquel año Bernstein era mi favorito porque solo se lo habían dado una vez por ‘Millie, una chica moderna’ y Williams llevaba ya cuatro (‘El violinista en el tejado’, ‘Tiburón’, ‘La guerra de las galaxias’ y ‘E.T.’) y el ‘calculado’ anuncio de una posible retirada que por suerte después no se produjo hizo que los académicos se decantaran de nuevo por el músico de Floral Park y su afligida melodía vinculada al Holocausto, una partitura que con el tiempo aprendí a amar en mayor medida que lo he hecho con sus fanfarrias futuristas o marchas retroaventureras.

Será una gozada ver juntos el próximo 16 de octubre en el Teatro Campoamor de Oviedo a estos dos grandes de la música y escuchar sus palabras, aunque el maestro romano ya ha querido transmitir su sentir hacia este premio y su hondo respeto y profunda admiración por su colega estadounidense. Por suerte, el cine ha vuelto a estar presente en estos galardones, que también tuvieron a bien premiar a Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Michael Haneke, Pedro Almodóvar, Woody Allen, Berlanga y Fernán Gómez.
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