02/11/2022
 Actualizado a 02/11/2022
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«Acaso no importen todas las diferencias ni lo mucho que en ellas nos hayamos afanado, pues todas ellas se disuelven en idéntico final. Un final que iguala y borra los perfiles tan esforzadamente trabajados, como la nieve iguala y borra los contornos que limitan y definen lo que son y lo que no son las cosas. O quizás sea esta imposibilidad de eludir un final que no admite distinciones, que es uno y exactamente repetido para todos, la que alimenta el hambre por lograr algo, por pequeño que sea, una palabra, un pez, una piedra sobre otra, una flecha, el recuerdo de un río, aquella alegría inesperada, un andar inconfundible, una espina, un apretón de manos, el miedo que me paralizó y al que me enfrenté, la medalla de una cicatriz, el pañuelo de un llanto, cualquier cosa, por pequeña que sea, vale también el gesto más minúsculo, con tal de que nos acredite como únicos; el hambre por llegar al final con el orgullo de poder decir, aunque nadie nos oiga, aunque no importe a nadie: yo soy esta palabra y la voz que la pronuncia, soy este pez que rompió la caña, las piedras que unas sobre otras fueron casa, soy la puerta, yo soy la punta de la flecha en la diana, soy la tarde en que crucé el río, soy la alegría de un encuentro, la cojera que sucedió al salto y el placer por saltar, soy esta espina de la flor y el olor de la rosa, la mano que estrechó, la que me ayudó a levantarme y el polvo que me sacudí, soy la cobardía y el valor, soy la cicatriz que me impidió olvidar, yo soy la lágrima que no pude contener y el primer llanto de mi hijo. Acaso, no poder escapar a ese final, a la muerte, que disuelve detalles y matices, hitos y nombres, sea el punto de apoyo y la palanca de una voluntad, la de cada uno, que desea más que nada decidir cómo vivir el tiempo que nos es concedido y hacer de esa precariedad, que como seres vivos nos define, el material precioso con el que construir una biografía propia e irrepetible, efímera. Por efímera, precisamente. Los pulmones se llenan de aire por última vez y cuando lo expelen y atraviesa la barrera de los dientes, se acabó, la vida se fue con ese aliento. No hay vuelta atrás. Ya es imposible hacer, cambiar, rectificar, ni siquiera arrepentirse».

Así que aprovechemos a hacer, cambiar, rectificar, digamos vivir, antes de que sea tarde.

Y la semana que viene, hablaremos de León.

(Pasaje de la novela ‘Y por esto el príncipe no reinó’ para leer el Día de Difuntos).
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