11/11/2018
 Actualizado a 10/09/2019
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Ponferrada la antigua es hija de los celtas y del camino de Santiago. Y de aquel obispo Osmundo, nuestro Rómulo y Remo en una sola persona. Y del conde de Lemos y sus infatigables ambiciones y batallas. La vieja ciudad tiene muchos padres, todos legítimos, y no hay que olvidar a los campesinos de San Andrés, a los comerciantes de la calle del Reloj, a los juristas de la calle Ancha y a los clérigos de la basílica de la Encina.

Ponferrada la moderna es hija, sobre todo, de la MSP. De aquel torbellino de carbones y ferrocarriles, de metales y humo que colonizó la planicie cárdena que surgía al norte y a poniente de las viejas huertas del Sacramento. De aquel paraíso de tomates y verduras que llegamos a conocer los ponferradinos que ya tenemos bastantes años, y que no olvidamos nunca. Con la ermita del milagro entre los pimientos y con la casa del trapero que llevaría la riada de 1961. En nuestra memoria, ahí sigue la casa del trapero, en pie, y el propio trapero misterioso, y la ermita sin ermitaño.

La MSP, que cumple cien años estos días, la Minero Siderúrgica de Ponferrada, fue un gran invento de un señor visionario de Bilbao que se llamó don Julio de Lazúrtegui, que murió bastante pobre, y de unos hombres acaudalados de Madrid y de Vizcaya que pusieron sus dineros para que el carbón de Laciana se pudiera colocar en el mercado gracias a un tren minero que desembocaba en Ponferrada. Ciudad que se convirtió en un emporio de tolvas, lavaderos, talleres, central térmica, poblados, edificios de oficinas y al fondo los vastos descampados donde se rumoreaba que iban a montar los Altos Hornos del Sil.

La MSP fue la infancia en un jardín afrancesado, en un parque de acacias, en unas filas de chalets impolutos y en la grava aristocrática junto al hospital, el colegio y los trenes. Esa grava que crujía al paso del gran automóvil de Marcelo Jorissen, aquel belga implacable que mantuvo el orden en un emporio donde llegaron a trabajar cinco mil obreros, muchos de ellos llegados desde la montaña berciana, de Galicia y Andalucía.

La Puebla la creó la MSP, pero ahora ya no es tan fácil acordarse de eso. Las huellas de la sólida ciudad industrial que fue Ponferrada desde 1919, y, aún más desde la postguerra, la esforzada cultura de la mina y el frío, el tiempo de la niebla y los obreros en bicicleta, con sus cestas de mimbre sobre el guardabarros, hace mucho que se han desvanecido. Igual que el traqueteo del tren de vapor de Villablino, el más prodigioso juguete que nunca pudo soñar un niño. Y como el olvido crece, porque su trabajo es infinito e invencible, es necesario que la huella de la MSP perdure.
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