15/09/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Los últimos periódicos del verano acolchan las jaulas para los primeros tomates. En una lectura frugal, al intentar separar los verdes de los maduros, busco alguno resultón, con un poco de sabor y si pudiera ser sin demasiado ombligo, me da exactamente igual la orientación del surco o si tiene rabo, pero uno a uno los voy desechando para hacer salsa. Repaso a mis columnistas de cabecera y compruebo que tanto los de esta huerta como los de la huerta de enfrente, centenaria y con el riego automatizado, necrosan por el mismo sitio. Casi todos traen manchas violáceas que no son del oidio ni del mildiu, sino que están infectados por la plaga rancia de la capitalidad. Salvo algunas excepciones, la mayoría entró con toda la artillería contra José Antonio de Santiago Juárez y su propuesta de que Valladolid sea nombrada capital de Castilla y León, lo que cumplía con precisión sus planes. El cebo era tan carnoso que, como en las piscifactorías, las truchas se devoraron unas a otras por morderlo primero. El aire apestaba a complejos, capitalinos los suyos y provincianos los nuestros. Cuando uno se tiene que medir contra un gigante, lo sé bien, asumes el riesgo de que te llamen acomplejado por cualquier cosa que digas. Tus argumentos, por muy cargados que estén de razones históricas, sonarán a ladridos. Ahora que los periodistas ya no decidimos lo que piensan los lectores pero aún nos queda la bala de decidir aquello de lo que hablan, resulta que quien elige el tema es un antiguo consejero de la Junta que aplica a la política las lecciones más maquiavélicas de su presunta profesión de psiquiatra. Don Patricio ya casi no coge playa, contando lunares, pero aquí la canción del verano la ha puesto este concejal pucelano que no tiene precisamente la voz de Joselito, y suena exactamente igual que la de los últimos 38 veranos. El ritmo es monótono, afilando las sílabas finales, y la letra desborda victimismo y autocompasión, componiendo un discurso tan previsible que desde Valladolid cualquiera sabe cómo agitarlo pero aquí nadie sabe cómo rentabilizarlo después. A la vista de los resultados, parece que nos gustase la monserga. Después la culpa es del riguitón.
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