La mirada dirigida al este o la Fuente de Neptuno

Por Javier Carrasco

26/02/2020
 Actualizado a 26/02/2020
Fuente de Neptuno en el parque de San Francisco. | MAURICIO PEÑA
Fuente de Neptuno en el parque de San Francisco. | MAURICIO PEÑA
En 1789, frente a la Catedral y mirando el dios romano que la preside al este, se inauguró la Fuente de Neptuno con la función de abastecer de agua a la población de León. Algunas beatas se escandalizarían ante la medio desnudez algo mórbida del dios, pero la obra se inscribía en el proyecto ilustrado impulsado por Carlos III de promover la salud pública y embellecer la ciudad (adornar, en términos del siglo XVIII) y obviar o, al menos, no dejarse arrastrar por las normas de una moral estricta. Se encargó del proyecto el arquitecto Isidro Cruela, que ya había realizado otras obras en la ciudad. Considerada de estilo barroco, la ejecución de la figura  se encomendó al escultor toledano Mariano Salvatierra. En ella se aprecia el talento del esteta –no en vano Salvatierra atesoró una colección de obras de arte que incluía cuadros del Greco y Ribera–, de alguien familiarizado con el arte clásico. Con cierta dejadez, el cuerpo de Neptuno, coronado por unas hojas de laurel,  sentado sobre una roca cubierta de vegetación marina, sostiene en una mano un jarrón y en la otra el símbolo de su poder, el tridente. Bajo sus piernas asoma un delfín al gusto de la época, con un cuerpo voluminoso y pesado. En la parte inferior, tres tritones, en realidad unos niños gordezuelos, también dentro del gusto del arte barroco, abrazan sendos gansos. Esta parte fue realizada por el escultor Félix Cusac, ejecutor de las figuras de la fuente de la Plaza del Grano.

Hasta 1913 la fuente siguió  cumpliendo su cometido de abastecer de agua a un sector de la población –no habría agua corriente hasta 1924 y no en toda la ciudad–,  y se convertiría  en uno de los símbolos del León costumbrista, en un motivo común en las primeras postales, principalmente debido al lugar privilegiado que ocupaba. Quizá porque restaba protagonismo al monumento central de la Plaza de la Regla, o porque el espectáculo de las aguadoras, que se arracimaban en torno a la fuente esperando un encargo para trasladar unos cántaros de agua a algún domicilio particular, molestaba y no encajaba con un espacio  al que se intentaba dotar de nuevas funciones –lugar de residencia de la alta burguesía–, la obra fue desmontada pieza a pieza y guardada en un almacén durante dieciocho años, hasta 1931.

El advenimiento a la alcaldía del socialista Miguel Castaño durante la II República trajo nuevos aires a una ciudad dormida, clerical. La imagen de un dios pagano no desencajaba en una política de cambio y la fuente se erigió de nuevo, ahora en el centro de la Plaza Mayor, donde Neptuno seguía mirando al este. En 1943, cansadas las autoridades de que sirviera como cubo de basura a las verduleras de la plaza, la fuente se desmonta de nuevo hasta 1949, breve destierro del que la salva el alcalde  José Echegaray Pallarés, para darle su emplazamiento actual en el jardín de San Francisco donde Neptuno sigue mirando al este.
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