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La mirada del que paga

11/11/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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El escultor Amancio González me dio un consejo que recuerdo a menudo: «Cuando te parezca que has tenido una idea muy brillante, siéntate un rato y espera a que se te pase». Así fue como aprendí que el de gustarse a sí mismo es uno de los más temibles peligros que afronta la raza humana. No tiene que ver con quererse u odiarse, que son las dos opciones que te va dando la vida, sino que el riesgo de no hacer pie dentro de tu ombligo se asume al abusar de escucharse a uno mismo, escribir para uno mismo o compadecerse de uno mismo... Personalmente, el peor de todos ellos me resulta hacerse gracia a uno mismo. Reírte de ti mismo y tus defectos puede resultar ciertamente sano, pero reírte de tus propios chistes compone la perfecta definición del patetismo. Se trata de una tara propagada entre aquellos que están acostumbrados a vivir siempre rodeados por palmeros, plañideras, portadores de abrigos y pelotas de toda índole que se dan codazos entre sí por ser el primero en darles la razón y hacerles sentir altos, guapos e inteligentes. Así y sólo así es como se puede entender, por ejemplo, que Luis Enrique, el boxer gijonés que ahora tenemos por seleccionador nacional, se considere a sí mismo ocurrente y crea que puede resultarnos gracioso durante sus intervenciones en las ruedas de prensa, cuando se le ocurre alguna de sus presuntas genialidades y las acompaña de una risotada propia de alumno con necesidades especiales (perdón por el eufemismo) que rápidamente jalean sus secuaces, a modo de coro de tripitidores. Entre los empresarios también se puede encontrar a mucho monologuista frustrado, sobre todo a los postres, pero si hay una clase que vive tan distanciada de la realidad como para confundir lo humillante y lo desternillante ésa es nuestra clase política. Esta semana, sin ir más lejos, la presidenta andaluza Susana Díaz y el senador leonés Luis Aznar confundieron una comisión de investigación con la versión paralímpica de El Club de la Comedia. Supongo que se hicieron gracia a sí mismos, el uno diciéndole que explicara el desfalco de los ERE con «ese gracejo suyo» y la otra replicándole que era «un hombre de altísima talla», pero vistos desde fuera, con la mirada del que paga, la verdad es que, si se me permite el tecnicismo, ninguno de los dos tenía ni puta gracia. No fue lo suyo fina ironía, precisamente, por más que el político leonés contase con la indudable ventaja de que ya era diputado en las Cortes cuando Susana Díaz todavía atusaba las crines de su Pequeño Pony. Cada vez en que en los plenos del Congreso o el Senado se ve detrás de quien habla a sus compañeros asintiendo sus afirmaciones o riéndole las bromas, pienso en la cantidad de dinero que nos costarán todas esas risas enlatadas. Cabría la posibilidad de recomendar encarecidamente a sus señorías que dejen el humor para los humoristas, pero también hay humoristas más preocupados por la provocación que por el humor y que utilizan la bandera nacional como pañuelo. Si faltan al respeto de algún patriota quizá el que se lo debería hacer mirar es el patriota, pero duele que falten al respeto a quienes tuvieron que luchar por conseguir la libertad de expresión y la tengan que ver ahora convertida en un estornudo. Ha sido una semana con mucho humor, protagonizada por cómicos que han estado absolutamente supremos, mucho más que provocadores, protagonistas de un festival del humor en la magistratura que se han reído de sus propias contradicciones, de nosotros y que se han sonado los mocos con nuestras hipotecas. Me hacen partirme de risa... y eso que me quedan más letras que carcajadas.
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