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La mirada de Gil y Carrasco

09/01/2015
 Actualizado a 19/09/2019
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Si hubo unos ojos y una mirada que entendieron y disfrutaron del Bierzo, esos fueron los de Enrique Gil y Carrasco. Su vida fue un viaje interminable por El Bierzo. Para él viajar transcendió a la mera excursión para se convertirse en una incursión apasionada en este territorio que descubre como singular y bello. Decía Proust que «el verdadero viaje de descubrimiento consiste no en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos».

Gil y Carrasco no paró de mirar, su mirada busco todas las perspectivas. Sus vistas de pájaro desde la Aquiana, Cornatel o Corullón, contemplativas y oteadoras, le permitieron tener una percepción global del paisaje berciano. Es el primero en maravillarse de la geografía circular del Bierzo, es el primero en expresar esa visión panóptica de la comarca: «Quedáronse entonces entrambos en silencio como embebecidos en la contemplación del soberbio punto de vista que ofrecía aquel alcázar reducido y estrecho, pero que semejante al nido de las águilas, dominaba la llanura».

Pero Gil y Carrasco no se conforma con lo general, su mirada es también terrestre, cercana, sutil. El paisaje del Bierzo embellece su literatura. El Señor de Bembibre lo exalta continuamente: «Don Álvaro ora atravesaba un soto de castaños y nogales, ora un linar cuyas azuladas flores semejaban la superficie de una laguna, ora praderas fresquísimas y de un verde delicioso. Cruzaban los aires bandadas de palomas torcaces con vuelo veloz y sereno al mismo tiempo; las pomposas oropéndolas y los vistosos gallos revoloteaban entre los árboles, y pintados jilgueros y desvergonzados gorriones se columpiaban en las zarzas de los setos».

Gil y Carraso se enamora del paisaje del Bierzo, éste lo acompaña toda su vida. Como don Álvaro cuando sufre las desdichas de la prisión, él anhela continuamente su contemplación: «No por eso dejaba de suspirar en el hondo de su pecho por los collados del Boeza y las cordilleras de Noceda. Acostumbrado al aire puro de sus nativas praderas y montañas, inclinado por índole natural a vagar sin objeto los días enteros a la orilla de los precipicios, en los valles más escondidos y en las cimas más enriscadas, a ver salir el sol, asomar la luna y amortiguarse con el alba las estrellas».
En 2015 celebramos el bicentenario del nacimiento Gil y Carrasco y, quizás, la mejor manera de conmemorarlo sería recuperar su mirada, disfrutar como él lo hizo de cada lugar y cada momento. Esto nos ayudaría mucho también a defender y cuidar el siempre amenazado paisaje berciano.
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