La metáfora del Ermitaño

José Ignacio García analiza 'El agua del buitre', la obra de Andrés Ortiz Tafur

José Ignacio García
02/01/2021
 Actualizado a 02/01/2021
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‘El agua del buitre’
Andrés Ortiz Tafur. Ediciones de Baile del Sol
Narrativa breve
136 páginas 10 euros

Mantengo una teoría desde el siglo pasado –es lo que tiene empezar a asumir que uno se está haciendo desoladoramente viejo–: no son las personas las que deciden cuando traspasan el umbral de una librería o se enfrentan a los estantes apretujados de una biblioteca, son los libros los que eligen a sus lectores.

Y esa teoría, tan personal y tan discutible, se ha visto refrendada con la obra que nos ocupa para inaugurar el año de la esperanza expandida y los abrazos recuperados. A priori, entre la marabunta de publicaciones que obstruyen los canales de distribución de las editoriales, un librito –atribuyan el diminutivo solo a las dimensiones y al grosor– escrito por un autor que vive perdido, como si fuera un anacoreta, en ese paraíso que es la Sierra de Segura jienense, y que ha sido publicado por una editorial insular, modesta y valiente como los guanches que otrora poblaran el archipiélago canario, no tenía fácil llegar a mis manos. Sin embargo, los hados del destino han querido que ‘El agua del buitre’ me escogiera como lector. Y yo no puedo estarle más agradecido a su autor, Andrés Ortiz Tafur, por haber escrito un fantástico libro de cuentos fascinantes. Un libro remarcado, sin duda, entre mis lecturas preferentes del año aciago que ni la mente más enrevesada habría podido imaginar.

Algo parecido, pero para bien, le ocurre a Ortiz Tafur. Es difícil encontrar a alguien que se imagine las historias como él lo hace, alguien que enfoque las situaciones con una mirada muy distinta a la de los escritores convencionales. Bastaría esa razón para considerar a esta colección de dieciocho cuentos como un libro muy especial. Pero hay más argumentos que avalan una recopilación narrativa que, sin lugar a dudas, perdurará en la memoria de todos aquellos que hayan sido elegidos para convertirse en sus lectores.

La propia dedicatoria del libro: ‹‹a los que pierden››, ya supone una manifiesta declaración de intenciones. Tafur ha escrito cerca de una veintena de relatos habitados por perdedores, por personajes sin lustres ni laureles ni medallas, transeúntes de la vida que, para la inmensa mayoría del género humano, habrían pasado desapercibidos y que el narrador linarense nos presenta con otro aspecto, desde otro prisma, como una imagen inimaginable para el común de los mortales; creando una parábola interminable, una metáfora continua que tiene mucho de onírico y de surrealista en los planteamientos y los desenlaces.

Es evidente (y tópico) que cada escritor atesora su propio estilo, pero son legión los autores de éxito cortados por el mismo rasero. Ese no es el caso de Andrés Ortiz Tafur, quizás porque haber nacido de Despeñaperros para abajo le haya dotado de una voz propia, de un acento inimitable que, en cierto modo, recuerda a los ‹‹narraluces›› de la segunda mitad del siglo pasado, esa estirpe de califas de las letras andaluzas que dieron una dimensión brillante y autóctona a la narrativa que dejaron para la historia de la literatura contemporánea.

Conociendo otros paños anteriores, uno se esperaba un libro lleno de humor, de ironía, algo más en consonancia con el habitual carácter ufano del músico y escritor, que habitualmente le pone a la existencia cotidiana una banda sonora acompasada de alegría. Sin embargo, en esta ocasión, esa mirada original, imaginativa y con frecuencia pintoresca, deja paso a una visión más contrita, quizás por respeto a las escenas, habitualmente escabrosas, y a sus protagonistas, que nunca llegan a alcanzar la felicidad.

A pesar de eso, no quiero que se me malinterprete. ‘El agua del buitre’ no es un compendio de relatos tristones y lacrimógenos. Al contrario, se trata de un libro deslumbrante y, por momentos, aderezado de ternura. Un libro que merece una lectura reposada en un sillón confortable, con una buena luz de fondo y con una copa de brandy reconfortante, o de vino con solera, al alcance de la mano. Así es como yo lo he paladeado, y aún mantengo un retrogusto placentero e intenso en la memoria. Un aroma a literatura de calidad que tardará en disiparse.

En los dieciocho cuentos abundan las historias de parejas, de amor y de desamor, las infidelidades, los triángulos (o los poliedros) románticos; sobrevuela la muerte disfrazada con apariencias muy diversas sobre algunos de ellos; se ofrece una estampa de la familia –matrimonios, padres, hijos– que quizás tenga, en algunos casos, más de real de lo que parece, e incluso aparece el fantasma cada vez más nítido de la despoblación rural. Hasta ahí, amigos lectores, podrían decirme que no les estoy hablando de temas distópicos o ni siquiera novedosos. Y tendrían razón. Pero háganme caso, déjense seducir por la metáfora constante en que este ermitaño encallado en la Sierra de Segura convierte sus historias; esbocen una sonrisa cuando vean cómo emplea las piedras, los versos de Machado y la canción de Serrat para denunciar esa España vaciada; o cómo recurre a un muerto, decapitado por la tapadera de una olla exprés, para denunciar el sistema capitalista; o cómo disfraza a la muerte de atleta que sube y baja escaleras rondando a sus víctimas; o cómo alrededor de una gasolinera se urde un triángulo de amores irresolubles; o cómo apela a una ecuación matemática para tramar varias muertes y un suicidio; o cómo se entabla una presunta relación homosexual gracias a un colchón rebelde; o cómo embadurna de fango la biografía de un matrimonio desgastado; o cómo emplea una imagen futura para homenajear a un hombre separado que ha vencido al alcoholismo.

Todo eso y mucho más ofrece un libro, minúsculo en apariencia pero desbordante en contenido. Una lectura ideal para iniciar el año con buen pie. Y, si puede ser, con música de fondo y una buena copa de vino o de coñac al lado.

José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
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