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La memoria del tiempo

08/11/2015
 Actualizado a 18/09/2019
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A estas alturas de la vida uno ha descubierto ya que, contra lo que creía de joven, la memoria no está en el cerebro sino en los sentidos, especialmente en esos que consideramos menos importantes, como el olfato, el oído o el gusto. La vista puede engañarte, pero los sabores no. Y todavía menos los sonidos, que permanecen en la memoria durante toda nuestra existencia. Sólo hace falta que alguien o algo los recupere.

Pensaba yo en estas cosas mirando en este periódico la imagen de la torre de la iglesia de Vegas del Condado, el pueblo de mi familia materna y en el que pasé muchas temporadas cuando era niño y adolescente, sobre todo en verano y en Navidad. Al parecer, el viejo reloj que marca las horas del pueblo desde hace un siglo había empezado a fallar y ha sido sometido a una puesta a punto cuya finalización ha sido celebrada como merece, incluido un homenaje al hombre que durante setenta años cuidó de él. Viendo la imagen del reloj me han venido de golpe los recuerdos de aquellos días de mi niñez, pero también los de otros recientes en los que en las sobremesas de las comidas familiares su sonido me devuelve a ellos y a aquellas siestas obligatorias que punteaban los ruidos de mis tíos y mi abuelo unciendo al carro las vacas en el corral que hoy es un patio lleno de flores o el trajinar de mi abuela en la panera o en la cocina, debajo de mi habitación, y perfumaba la higuera de la casa vecina a la nuestra, una de cuyas ramas llegaba justo hasta mi ventana. El sonido de las horas del reloj, lo mismo entonces que hoy acompañado siempre por un alud de vencejos, se confunde en la duermevela con la conciencia de una realidad que ha ido cambiando en el tiempo pero que permanece inmóvil en mi memoria gracias a él. Si abro los ojos esa conciencia se desvanece (la vista todo lo traiciona), pero si los mantengo cerrados la memoria dura en mi subconsciente transportándome a un tiempo que ya no existe salvo en mi imaginación.

Los sonidos, los olores, los sabores, el tacto, tan infravalorado en nuestra cultura y tan importante… La memoria reside en ellos más que en la vista, como quien me esté leyendo habrá experimentado ya muchas veces. Cada uno tendrá los suyos, pero todos son los mismos al final: esos sonidos y olores, esos sabores y estremecimientos de la piel que son capaces de transportarnos en el tiempo, del otro lado de la realidad.
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