La mejor ópera del mundo está en Madrid

Los International Opera Awards premiaron al Teatro Real por su temporada 2020-2021, que incluyó una mágica ‘Rusalka’ del checo Dvorak. Este jueves se proyecta en Cines Van Gogh

Javier Eras
04/11/2021
 Actualizado a 04/11/2021
Imagen del montaje de la ópera de Dvorak ‘Rusalka’ llevado a cabo por el Teatro Real.
Imagen del montaje de la ópera de Dvorak ‘Rusalka’ llevado a cabo por el Teatro Real.
En mayo de 2021, los International Opera Awards, considerados los Oscar de la música escénica, concedieron al Teatro Real el premio más importante de su historia: el de Mejor compañía del mundo. El esfuerzo de Joan Matabosch y su equipo por mantenerse abiertos al público en los peores tiempos de la pandemia y por proponer una temporada coherente fueron un motivo de peso para el jurado. Si en julio habían reabierto con una versión sin escenificar de La traviata, en otoño sorprendieron con una Rusalka que se sobrepuso a todo: a la segunda ola, al cierre de los demás coliseos europeos e incluso a la lesión del tenor. El estadounidense Eric Cutler se rompió el tendón de Aquiles en una caída dos días antes del estreno, y cantó con unas muletas que incorporó al papel.

La obra maestra de Dvořák retornaba a Madrid después de cien años, y lo hacía a lo grande: con la batuta del británico Ivor Bolton; con la elegante producción de Christof Loy, que ya había convencido aquí con su ‘Capriccio’ de Strauss; y con una soprano entregada, Asmik Grigorian. A la lituana le viene de familia: su padre, Gegam, fue un reconocido tenor verdiano; su madre, Irena Milkeviciute, encarnó a Norma en el teatro Calderón. La joven ha heredado un bello timbre de soprano lírica, un fraseo cuidado, un potente registro agudo y una innegable sensibilidad. También es capaz de caminar en puntas, como le exige el montaje.

En la versión de Loy, Rusalka es una aspirante a bailarina de ballet. Gracias a una pócima, se cura de su lesión y puede superar a sus hermanas. La acción no se sitúa en el bosque ni el lago, sino en un viejo teatro lujoso pero decadente. Un enfoque realista que se aleja de la magia y las criaturas fantásticas. Los espectadores de Cines Van Gogh podrán disfrutarla este jueves 4 de noviembre a las 20:00 horas.

En checo, rusalka significa ondina, una ninfa acuática del folclore eslavo, similar a las nereidas, náyades, danaides, sirenas y otras figuras de los ríos y mares. Una criatura mitológica que pertenece al mundo de los espíritus y a la vez está ligada al de los humanos: tiene forma física, corporal, pero carece de alma. En esta ópera, Rusalka vive bajo el yugo de su despótico padre, y su único anhelo es convertirse en una mujer terrenal para poder sentir, amar y ser amada. El argumento del poeta Jaroslav Kvapil se basa en el relato ‘Undine’ (1811), del romántico alemán Friedrich de la Motte Fouqué, así como en el cuento de hadas ‘La sirenita’ (1837), de Hans Christian Andersen. En 1899, Kvapil ofreció su libreto a cuatro compositores diferentes, que lo rechazaron. Gracias al intendente del Teatro Nacional de Praga, František Šubert, el texto llegó a manos de Antonín Dvořák (1841-1904), a quien le fascinó su tono lírico.

El autor de la Sinfonía del nuevo mundo (1893) escribió la partitura tres años antes de morir, en 1901. Contemporánea del Pelléas de Debussy o la Salomé de Strauss, quizá parezca menos revolucionaria, pero supone la cumbre de un creador en madurez, y combina tres virtudes: unas melodías frescas, de pureza conmovedora; un sabor folclórico y una atmósfera sinfónica que emplea todos los recursos a su alcance. Para el musicólogo Kurt Pahlen, «fue uno de los elegidos», con un exquisito don lírico que admiraba su amigo Brahms, y que da pie a momentos sublimes como la canción de la luna en el primer acto. La naturalidad y sencillez de las canciones populares recorre la obra, y no es de extrañar que se le considere el padre de la música nacional checa, junto con su maestro Smetana.

La orquesta, que bebe de su idolatrado Wagner, construye una estructura fluida, con actos como bloques continuos y números sin cortes, y emplea leitmotive: el del bosque, el del príncipe (presentado por las trompas, como cazador que es), el de la heroína… Para describir el ambiente mágico, Dvořák toma de las vanguardias las disonancias y acordes aumentados. En la última década, ‘Rusalka’ figura entre los 50 títulos del repertorio más representados en el mundo. Pese a ello, se mantiene como desconocida para buena parte del público, quizá debido a la barrera del idioma. A París no llegó hasta el año 2002 (!), y en España se vio por primera vez en 1924.
Archivado en
Lo más leído