La mejor estación de tren

José Ignacio García comenta el libro de relatos de Mar Sancho 'La insensata vida de los santos'

José Ignacio García
09/10/2021
 Actualizado a 09/10/2021
La autora Mar Sancho. | EOLAS
La autora Mar Sancho. | EOLAS
‘La insensata vida de los santos’
Mar Sancho
Editores descabezados, menoslobos & Eolas
Narrativa breve
172 páginas
16,00 euros

De la mano del sello leonés Eolas –donde editara el pasado año el poemario ‘Entre trenes’– retorna Mar Sancho, nueve años después de la publicación de aquel antológico ‘Leningrado tiene setecientos puentes’, a los senderos sinuosos de la narrativa breve con un libro fascinante y que el tiempo, la crítica y los lectores, como le ocurriera a su hermano mayor, harán madurar con la condición de laureado y referencial.

‘La insensata vida de los santos’ enseguida encandilará a quien lo lea por su prosa exquisita, elegante y sutil; por su «lenguaje ampuloso, casi culterano», como el que emplea la protagonista del primer cuento, ubicado en la californiana ciudad de San Diego; por el uso de verbos típicos como «principiar» o «ameritar» que delatan a la cosmopolita autora vallisoletana; o por su particular forma de narrar, siempre en un párrafo continuo y sin embargo nada agobiante, lleno de aire fresco, de ritmo musical, de melodías acompasadas, de aliento poético, de adjetivaciones cautivadoras, que imaginan «el silencio caliginoso del paraje» o hacen aspirar a los lectores «el aroma avainillado de las ciudades de provincias» o «el calor fermentado del atardecer».

Según Mar Sancho, el último habitante de San Cosme y San Damián «había vivido, en ocasiones durante semanas, en ocasiones durante años, en veintisiete ciudades diferentes. Si se sumasen las horas que había pasado en aviones se alcanzarían cifras de cinco dígitos sin compañía alguna». Y uno se pregunta si, en este caso, no estará haciendo recuento de su propia biografía errabunda, ya que posee la cualidad nómada y aérea de las aves migratorias, y vive, cual tortuga viajera, con una mochila a la espalda y el pasaporte siempre anhelante de estampar en su vientre el sello identificador de nuevos territorios ignotos o de otros ya conocidos y a los que ansía regresar.

No resulta, por tanto, desconcertante que las quince narraciones recogidas en ‘La insensata vida de los santos’ transcurran en grandes urbes o en pueblos al borde de la despoblación que acarrean un aura de santidad alrededor de su nombre, como Saint Malo, Santa Ana, San Francisco, Santa Marguerita, San Sebastián o Saint Albans. Si bien conviene aclarar que, aunque en algunos casos los escenarios están perfectamente perimetrados y su orografía se suma al argumento de la historia –como sucede en uno de los más bellos y sobrecogedores, que discurre en la localidad albiceleste de San Ignacio, junto al río Paraná–, en otros la trama podría acontecer ante cualquier otro decorado sin perder un ápice de vigor, porque lo importante no suelen ser las localizaciones, sino las propias historias y los personajes que las perpetran.

Personajes insensatos y atemporales a veces, inquietantes otras, pero siempre atractivos: amantes letárgicos, presuntos hijos apócrifos de JFK, arquitectos que diseñan casas vanguardistas y subterráneas, esposas suicidas, matrimonios que se desangran de indiferencia, contables de zoológico que reniegan de tradiciones ancestrales, políticas que descargan sus irresponsabilidades y descuidos en los demás, escritoras que destrozan familias o se convierten en almas gemelas… E incluso un Chaikovski que, desde la localidad canadiense de Saint-Hyacinthe, remite una misiva a su mecenas, la acaudalada y distante señora Meck, cuando, casi tres lustros después de iniciarlo, esta le retiró su patrocinio al compositor.

Mar Sancho reviste sus historias de un tejido con consistencia de terciopelo, que aseda vivencias a veces dolorosas y otras engañosamente intrascendentes, pero siempre tiernas o conmovedoras, como la que ocurre en la habitación de un hotel de San Juan de Puerto Rico, donde las camas son como plantas carnívoras que devoran a sus ocupantes; o la protagonizada en Saint Julien por el conductor de una empresa que tiende en un lecho a su jefa repentinamente fallecida, «recolocando su cabeza y sus extremidades hasta que tuvo la certeza de que se hallaba cómoda»; o la que interpreta una pareja de músicos, que en un San Roque que no he conseguido ubicar descubre que «volver a unir sus cuerpos fue revisitar una ciudad en la que se ha habitado tiempo atrás».

Asegura Jean-Paul Stewart, protagonista del cuento que acampa en una idílica localidad llamada San Feliz, que «las estaciones de tren le parecían los lugares más propicios para el acontecer de historias verdaderas o inventadas». Y tiene razón: no hay mejor estación de tren que la imaginación. Borges, Salgari, Verne o tantos otros podrían haber rubricado ese aforismo. Pero es la propia autora la que zanja la cuestión, cuando sentencia que «las mejores historias son aquellas que no han sucedido nunca»; sin ser consciente, acaso, de que al escribir las quince que forman la geografía de este atlas recopilatorio de viajes narrativos, las ha dotado de una vida rutilante y sempiterna.

Y, coincidiendo con el término «rutilante», recala Mar Sancho en San Luis Potosí cuando certifica que «desaparecemos aquel día en que nadie piensa en nosotros». Bien tranquila puede estar al respecto, porque la magnificencia fantástica de estas vidas venerables difícilmente será olvidada. Y su incontestable magnitud literaria, tampoco.

José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
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