05/05/2022
 Actualizado a 05/05/2022
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A pesar de su atormentada existencia, una leve sonrisa de Marilyn reconciliaba a cualquiera con la belleza. Su erótica candidez, la delicadeza glamurosa de los gestos y aquella mirada de complicidad eterna van conquistando cada nueva generación como a todo aquel que pasea la Gallería Uffizi en Florencia y se topa con la Venus de Botticelli. Marilyn fue Venus de una segunda mitad del siglo XX ansiosa de sensualidad tras la lujuria de muerte de las dos grandes guerras. La Lola Flores estadounidense: «Ni canta, ni baila pero no se la pierdan».

El símbolo de toda una época se resume en los dos minutos y medio del «Happy Birthday Mr. President» que le canta a John Fitzgerald Kennedy tras llegar tarde al Madison Square Garden y ser presentada hasta tres veces por Peter Lawford. Por entonces Marilyn ya estaba enferma, moriría tan solo unos meses más tarde, pero aquella noche enamoró una vez más a América. Llevó puesto un vestido beis cuajado de pedrería cosida a mano que terminó convirtiéndose décadas después en el más caro jamás subastado por 4,5 millones de euros.

Ese vestido es el que se enfundó, también durante apenas dos minutos, Kim Kardashian esta semana en la alfombra roja de la gala MET. La Kardashian, efigie egipcia cincelada con bisturí, diosa del culo rotundo, musa de la pornografía hortera de ‘reality’, reina millonaria de las ‘influencer’ de filtro y morritos. Marilyn y Kim bajo el mismo vestido y, sin embargo, evidenciando dos épocas. Porque, aunque a muchos nos pese, ejemplifica el icono del éxito de este primer cuarto de siglo XXI. Las Kardashian como cariátides del capricho, del espectáculo efímero y de una belleza artificial que reniega del estilo. «Tu ropa debería ser lo suficientemente apretada como para demostrar que eres una mujer, pero lo suficientemente holgada como para demostrar que eres una dama». Dijo Marilyn como adivinando que algún día su vestido más famoso se lo embuchara una Kardashian a dieta durante tres semanas.
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