14/01/2015
 Actualizado a 14/09/2019
Guardar
Cuando el miércoles pasado me recomendaron ir a ver ‘Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?’, también me advirtieron de que no era el mejor día para pasarme más de hora y media viendo esta película francesa. No parecía el momento para esta sucesión de tópicos y prejuicios religiosos, unas horas después de que los yihadistas entraran en la redacción de ‘Charlie Hebdo’. Evidentemente, la obra de Philippe de Chauveron quería precisamente acabar con estos problemas interraciales al igual que Emilio Martínez-Lázaro buscaba con ‘8 apellidos vascos’ lo propio con el problema de ETA. Ese cruel y desmedido ataque de los yihadistas en nombre de un dios al que no se cansan de intentar militarizar como ya hizo el cristianismo en la Edad Media, no tenía otro propósito que atacar al corazón del periodismo, al más feroz y despiadado:el del humor. Por eso las llamadas mundiales a la libertad de expresión son vitales (justo cuando en España se imputaba a un humorista por hacer un vídeo en el que parodiaba a un dirigente del PP como si se tratara de un etarra, y con Rajoy en París en pose reivindicativa). Pero también lo es que los ciudadanos demos un paso al frente y actuemos con madurez:igual que tenemos que defender toda la libertad de expresión, también se debe dejar al margen los prejuicios como en la película francesa y no considerar a cualquier magrebí como un potencial yihadista. No sería la primera vez que esto se traduce en ataques racistas, o en paranoias, como la carta con ántrax que recibió una octogenaria vecina mía...
Lo más leído