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La luna y las hogueras

03/03/2021
 Actualizado a 03/03/2021
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Sonreír es vivir como ola o como hoja, aceptando la suerte». Son palabras que Pavese posa en la boca de la ninfa de las redes. De Pavese es también una novela titulada ‘La luna y las hogueras’. El pasado sábado vimos subir serena, majestuosa, llena, la luna por encima de los chopos, en la vega. Dani la vio ya flotando en el centro del cielo. Cuando nos dimos cuenta de que eran una y la misma, la del río y la que daba cobijo a la ciudad de Glasgow, se obró el embrujo y las distancias empequeñecieron.

El domingo estrenó una mañana de sol radiante y con el viento ausente, propicia para purificar con fuego. Levantamos la pira con los huesos del otoño y del invierno, con varas de margaritas muertas, piñas de magnolio, hojas secas de gladiolos, nueces de ciprés, con todo aquello para lo que ya había pasado su momento, ya había sido. Mi padre, el abuelo de León, encendió la hoguera y su nieto lo admiró, como yo admiraba a mi abuelo, señor de las hogueras. «¡Qué alto sube el humo! ¡Va a llegar a la luna y luego a los planetas!» Exclamó con el convencimiento de aquel para el que todo es posible todavía.

Nada seríamos sin fuego. El salto como especie fue el dominio del fuego. Con fuego nos alimentamos, iluminamos la oscuridad, dimos gracias a los dioses, comprendimos la naturaleza del tiempo y que el pasado es un buen fertilizante. Ya nadie hace hogueras, nadie descubre a los niños el espectáculo de las llamas benignas y vivas. La hoguera es como el perro amiga de los hombres. Es el hogar. Ahora somos pirómanos, pero de fuego helado, como dijo Lope, de humo negro de contenedores.

Brotes de lirios ya empujaban, hojas nuevas en los rosales, evidencias de liliums y, como un grito amarillo, como el limón que le tiraron a Miguel Hernández, un narciso había florecido. La perdición de Narciso fue descubrirse en el reflejo. Desde que se vio en el agua del estanque, nada más le importó, incapaz de atender a otras llamadas, a otros avisos, a nada que no fuera él mismo. Acabó suicidándose. Nació una flor. Algo así nos sucede. Creemos que nada más existe, sólo nosotros los humanos, culmen y centro. Con la mirada puesta en nuestro ombligo, nada nos importa la luna, si no es para pisotearla y llenarla de alambres y banderas.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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