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La Lola se va a los puertos

08/02/2020
 Actualizado a 08/02/2020
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Visiblemente alterada, la dama de cabello cano salió echando chispas de la amplia estancia. «No tuve más remedio que parar porque te vuelves loca con ese ruido; te destroza la cabeza» declaró a los medios en su descargo.

Justo antes del incordio sonoro, Carmen Sotillo acababa de pronunciar una lapidaria reflexión delante del cadáver aún caliente de su marido, muerto de un infarto mientras ambos dormían: «Vivimos entre gente civilizada y entre gente civilizada hay que comportarse como un ser civilizado».

Aquella noche tocaba despacharse en un escenario baturro ante el ataúd vacío que reinaría en escena durante el monólogo de cinco horas con su Mario. De pronto, el trémulo silencio del patio de butacas, se quebró por el insistente soniquete de un clandestino móvil que se apuntó al velatorio. Fue entonces cuando despertó Lola y los fuegos fatuos del muerto centellearon en los ojos de la actriz que a la que deseó ver en la caja de madera fue a la propietaria del ominoso aparato de marras que no cesaba de incordiar a ritmo de reguetón. Los sudores surcaban por el rostro de la ficticia viuda. Velar a un muerto a ritmo caribeño no es plan. Así que optó por un mutis por el foro al más puro estilo teatral no sin antes levantarse civilizadamente de su silla y pronunciar en tono mortecino un ruego desde la ultratumba de la escena . «Apáguelo, por favor. Así no se puede trabajar».

Al final la ruidosa y su extraña pareja sonora abandonaron el teatro raudas en previsión de un linchamiento del resto del auditorio. Además no era cuestión de apagar el aparato sin enterarse de quién la requería con tal premura. Salir a la calle sin móvil es temeridad y locura. Hay que estar localizable a todas horas. Terrorífico es andar por ahí deambulando mientras los Whatsapps entran pletóricos de sana y jugosa información. Nada ni nadie medianamente civilizado puede esperar veinte minutos ni una hora o dos, todo ha de ser leído, escuchado, visto aquí y ahora, por siempre jamás, a vida o muerte. Como la que le aconteció al bueno de Mario al que Carmen Lola abandonó en escena.

Le costó a Lola Herrera decidir si volver a ser Carmen Sotillo la de Delibes o aplicarse el libreto de aquella obra de los hermanos Machado: la Lola se va a los puertos que decía algo parecido a «La Lola se va a los puertos. La escena se queda sola. Y esta Lola ¿Quién será que así se ausenta?».

Al menos, el público siempre podría sacar el móvil para matar el rato, como corresponde a la gente civilizada.

Menos mal que Lola volvió.
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