victor-velez.jpg

La llamada de Gila

22/09/2022
 Actualizado a 22/09/2022
Guardar
El género humano tiene tan buena memoria para el resentimiento como mala para la meteorología. Este desajuste provoca que caigamos con frecuencia en la exageración al entablar las tan socorridas conversaciones sobre el tiempo. Desde la vecina con la que te subes al ascensor hasta el paisano que sale haciendo aspavientos en el telediario, cada cierto tiempo todos asisten a una helada de otro siglo o a la mayor riada que han visto sus ojos. Sin embargo, esas apreciaciones han dejado en los últimos meses el terreno de la hipérbole: mañana cerramos el verano más caluroso de cuantos hemos vivido. Es así. Esta es una de las veces en que las sensaciones quedan avaladas por las estadísticas: en España, y en León, esta ha sido la estación estival más abrasadora desde que hay registros.

Pese a todo, el verano más caliente es también uno de los más fríos que están por llegar. Es una verdad incómoda, casi insoportable, pero no por ello deja de ser verdad. Presuponer que las medidas contra el cambio climático afectarán siempre a otro implica que nunca se actúe o que se haga sin la determinación que exigen los avisos que la ciencia lleva dando durante décadas. Vamos, que todos somos muy verdes hasta que nos tocan nuestro coche diésel o nos piden bajar un grado el termostato.

Frenar el calentamiento global es uno de esos pilares que deberían estar al margen del debate ideológico. Quizá el que más. Algo lo suficientemente serio como para que sonase una de esas llamadas de Gila pidiendo parar la guerra: el enemigo ya nos ha mandado suficientes inundaciones, sequías y fenómenos extremos. Esto debería ser una perogrullada, pero la realidad y la reciente yincana de olas de calor evidencian la necesidad urgente de encauzar políticas medioambientales a todos los niveles. Luego ya hablamos de qué pasa con Cataluña, de si Valladolid nos roba o de lenguaje inclusivo, pero el cambio climático debe ser algo prioritario en la agenda y no una mera excusa interesada para cuando se descontrola un incendio.

Se ha empleado en incontables ocasiones el ejemplo de la rana hervida para explicar el calentamiento global: la temperatura sube de forma tan sutil que cuando la implicada se quiere dar cuenta sus ancas ya son protagonistas de una ración en cazuela de barro. Infravaloramos los efectos de las variaciones graduales y, por tanto, hasta este reseco verano muchos no han caído en la cuenta de que ya estamos rodeados de burbujas dentro de una olla cada vez menos metafórica. Las Martina y los Izan que nacen ahora serán testigos a finales de siglo de los efectos de nuestro comportamiento. En nuestra mano está que no nos recuerden como la generación que no hizo nada, la peor de cuantas han poblado el planeta.

Ring, ring...
—¿Es el enemigo? Que se ponga…
Lo más leído