07/10/2021
 Actualizado a 07/10/2021
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Pocas cosas habrá más particulares que una lista negra. En ella figuran las personas, locales y objetos de los que hemos decidido prescindir por diferentes malas experiencias. En nada es tan sencillo entrar y tan complicado salir, por lo que lo normal es que la lista negra vaya ampliándose con los años. El epígrafe más reciente en la mía lo añadí hace unos días, después de comprar por primera y última vez en un supermercado de cobro automático. El cliente va pasando los productos por el lector y ante los continuos fallos del sistema avisa a una única dependienta, que acude de forma acelerada de una caja a otra para resolverlos. El resultado es que, mejor o peor, la compra se completa y que la cadena se ahorra las nóminas de un puñado de cajeras.

La escena resulta familiar. Sin demasiada alternativa, los empleados de banca llevan años negándose a hacer ciertas transacciones y obligando a su clientela a recurrir a unos cajeros automáticos que ahora les quitan el curro. Y es que ese es uno de los principales retos que presenta la digitalización, garantizar que su despliegue no suponga un peligro para el acceso al empleo. Por desgracia, la lista de ejemplos es tan larga como negra: el auge de gasolineras autoservicio, los sistemas de grabación que sustituyen a teleoperadores para pedir citas en instituciones, las máquinas expendedoras con las que han reemplazado a las cafeterías de los hospitales Monte San Isidro y Santa Isabel... Siempre han desaparecido oficios y se han creado otros nuevos, pero en todos estos casos, donde antes había un puesto de trabajo, ahora hay un robot que hasta la fecha ni gasta ni cotiza.

No obstante, ningún ejemplo es tan sangrante como el de la banca, que ahora anuncia que cerrará el 70 por ciento de las sucursales en esta década cobrándose miles y miles de empleos. Para más inri, solo unos años después de ser rescatada con 65.000 millones de euros sacados del bolsillo del contribuyente español, abandona de forma miserable el territorio escudándose en unos exiguos beneficios. Recientemente, su ‘juego del calamar’ ha liquidado el servicio en La Magdalena, Matallana de Valmadrigal, Puente Almuhey y hasta en buena parte del centro de León. A estas alturas, después de tanta estafa con preferentes y cláusulas suelo, no vamos a descubrir dónde están los límites de su piratería. De nuevo, la lista es larga y negra: Santander, Abanca, Sabadell...

O estos bancos y el resto de grandes empresas comienzan a entender que la rentabilidad también debe medirse en términos sociales o la digitalización dejará un coste demasiado elevado: la lista más negra de todas, la de un paro descontrolado. Como consumidores poco más nos queda que castigar, escribiendo sus nombres en nuestra particular lista negra, a todas esas compañías que hacen de la tecnología mero alpiste para su ambición.
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