La ley del péndulo

Vivimos un momento educativo complejo. Arrastramos un pasado de educación autoritaria, incuestionable y llena de dogmas, y ahora, la inevitable ley del péndulo nos lleva directos, y a velocidad de crucero, hacia el extremo más opuesto posible

Sofía Morán
03/02/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Estarán de acuerdo conmigo en que, como mínimo, se podría decir que vivimos un momento educativo complejo. Arrastramos un pasado de educación autoritaria, incuestionable y llena de dogmas, y ahora, la inevitable ley del péndulo nos lleva directos, y a velocidad de crucero, hacia el extremo más opuesto posible.
Los padres ya no sabemos ser padres, y no porque hayamos perdido nuestro instinto, ni nuestro sentido común, sino porque hemos dejado de confiar en él.Vivimos sobre informados con teorías y nuevas corrientes de crianza, además del afán desmedido por ser los mejores padres del mundo; un coctel explosivo que muchas veces nos hace perder el norte.

Si tienen hijos, estarán al día del debate que se mantiene desde hace unos años sobre las llamadas ‘reglas de clemencia’ en los deportes de equipo de las ligas infantiles; que pretenden evitar los resultados más abultados y escandalosos, esos que podrían llegar a desmotivar al equipo perdedor. La mayoría de ligas o campeonatos de baloncesto establecen que hasta infantil (13 años), el acta se cerrará cuando un equipo gane por más de 50 puntos, y aunque el partido se sigue jugando, el marcador no se mueve. Desde el año pasado, la cosa va un poco más allá. La Federación Andaluza de Baloncesto puso en marcha una iniciativa llamada ‘Valorcesto’, en la que directamente se prescinde de los marcadores que registran las canastas, llevando hasta el extremo aquello de que «lo importante es participar», y punto.

¿Les estamos sobreprotegiendo, o sólo ahorrándoles un dolor innecesario?

También algunos colegios están apostando por este tipo de políticas, como la de mantener las calificaciones del alumnado bajo secreto de sumario, con la prohibición expresa (a los niños) de no comentar sus notas con otros compañeros.La idea es que nadie pueda sentirse mal por haber sacado menos nota que el compañero de pupitre.

El péndulo nos empuja, con fuerza.

Y les repito entonces la pregunta, ¿les estamos sobreprotegiendo, o sólo les ahorramos un dolor innecesario?

Venga, repitan conmigo:«les estamos sobreprotegiendo». A tope. No hay duda.

Si tiráramos más de sentido común, nos daríamos cuenta enseguida de que, en vez de preparar a los niños para el camino, estamos preparando el camino para los niños; plano, limpio, fácil, y sin ninguna piedra en la que tropezar.

Francisco Castaño, profesor, escritor y terapeuta de familia, lo explica mucho mejor cuando nos recuerda que: «les educamos con Walt Disney para una vida que es The Walking Dead». Pues así, tal cual.

Nos preocupa su autoestima, no queremos que sufran, que se enfrenten a una goleada en un partido, o que sepan que algunos de sus compañeros sacan mejores notas que ellos. Que nada les turbe, que no experimenten ningún malestar. ¡Qué poco valoramos el poder educativo de la frustración!

Decía hace un par de meses la Ministra de Educación Isabel Celaá que «el peor castigo que puede tener una persona, es la rebaja de la autoestima». Justificando así, el cambio legislativo por el que los alumnos de Bachillerato podrán pasar de ciclo con una asignatura suspensa. Yo le diría que peor castigo es recibir una educación de mierda, pero aquí estamos.

Equivocarse, suspender un examen, perder un partido o enfadarse con un compañero son situaciones naturales de la vida que los niños pueden y deben experimentar. Sentir rabia, tristeza, miedo o incertidumbre les ayuda a conocer estas emociones, reconocerlas y manejarlas, algo tremendamente adaptativo, y un aprendizaje que nos ayuda durante toda la vida adulta.

Decimos que queremos salvaguardar la autoestima de nuestros hijos, pero la que queremos proteger es la nuestra. Quizá seamos nosotros los que tenemos dificultades para aceptar el hecho de que nuestro hijo no será siempre el mejor deportista, el mejor alumno, el más guapo, el más listo… Porque los queremos perfectos (en vez de felices) y somos incapaces de aceptar las cosas como realmente son. Así que optamos por la ceguera, el marcador en blanco y las notas en un sobre sellado. No vaya a ser.

Sofía Morán de Paz (@SofiaMP80) es licenciada en Psicología y madre en apuros
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