17/07/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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La lengua es un bien común, propiedad de todos los hablantes. Nadie es dueño de ella, nadie puede imponer sus propias normas. Las normas son convenciones que nacen del uso, y el uso de la interrelación comunicativa. La lengua es el resultado de la creatividad colectiva y responde a leyes naturales, como son la claridad, la economía, la eficacia, el establecimiento de vínculos emocionales, la espontaneidad. Evoluciona de modo natural en función de las necesidades comunicativas, un mejor conocimiento del mundo, la aparición de nuevas realidades, nuevos valores. Las normas estabilizan los usos más frecuentes y comunes, pero no imponen ni inventan nada.

El poder político nada tiene que hacer ni decir, ni meter la mano, la pata o la lengua en el uso que los hablantes hacen libremente de una lengua; es un terrero ajeno a las funciones que podemos exigirle al Estado. El conocimiento de la lengua común y oficial es un derecho individual que el Estado debe asegurar, pero esto nada tiene que ver con intervenir en el funcionamiento y uso de esa lengua.

El Ayuntamiento de Colau ha editado, con el dinero de todos, una ‘Guía de comunicación inclusiva para construir un mundo más igualitario’. ¡77.000 copias, 28 páginas, exclusivas, deslumbrantes, esperpénticas! Compendio de escupitajos al diccionario, patadas a la gramática, coces a la semántica. Gran meada, riego por aspersión sobre el asfalto sintáctico, de pie, al estilo de la Colau rompeaguas, activista. Cundirá el ejemplo. Veremos a los ayuntamientos del recambio imitar la proeza. Preparen el cerebro, embalsamen la lengua, hagan ejercicios de contención gutural. Llega la redención lingüística. Progresísimos, ciudadanos concienciados aportando nuestro granito de alpiste al canario de la empatía, la tolerancia, el abrazo inclusivo: llega la eucaristía, todos a comulgar, a fundir nuestros corazones y a luchar contra la xenofobia, la lgtbiq+fobia, la canariofobia, la imperiofobia.

Sorprende la becerril ignorancia de sus promotores y la cabestril arrogancia con que la nueva clerigalla impone su catecismo. Su obsesión de control y dominio sobre cuerpos, mentes y lenguas, es lo más parecido a la tiranía de los ayatolás. Está claro que cuanto más irracional, cuanto más contraria al sentido común, mayor impacto (temor, respeto) produce una norma totalitaria.

Las Colau, con cretina soberbia, quieren imponer un modo de hablar, de gesticular y de definir las palabras de acuerdo a una ideología obtusa, ovejuna, que consideran superior. El lenguaje se rige por un principio democrático: prevalece lo que la mayoría quiere. Pretender torcer y retorcer esa voluntad es lo más antidemocrático que podamos imaginar. Imponer desde el púlpito institucional un modo de hablar y de pensar, mojigato y pedante, es algo tan clasista que espanta comprobar el grado de degeneración mental y moral al que puede llegar esta secta.

He aquí unos ejemplos de esta neolengua. No llames a nadie «negro», sino «persona negra» o «persona racializada»;no «abuelo o abuela», sino «persona mayor»; no «discapacitado», sino «persona en situación de discapacidad»; no «cojo», sino «persona con movilidad reducida» ; no «ciego», sino «persona con ceguera» (que desaparezca la ONCE, por machista); no «esquizofrénico», sino»persona con untrastorno de esquizofrenia»; no «bipolar», sino «voluble»; no «estoy depre», sino«tengo un día triste», etc. Dicen que así defienden a los «colectivos vulnerabilizados», y que si hablamos de otro modo es como «consecuencia de la colonialidad y el racismo».

Tampoco digas que vas «al paki, al badulaque o al chino»... ¡sino al supermercado! Además, no puedes llamar a nadie «inmigrante ilegal», porque «ninguna persona es ilegal», lo mismo que «no hay nadie normal, todo el mundo es diferente», así que no te ofendas, tío-tía-tíe, cuando alguien te diga que no eres normal. Tampoco digas que «trabajas como un negro», aunque la expresión nazca precisamente de denunciar el trabajo esclavizante de los negros. Y lo de «moros en la costa»... ¡vade retro!, que son personas del Magreb. Y ni se te ocurra decir «mi mujer o mi esposa», sino «mi pareja o mi cónyuge».

Y aprende biología: «hermafroditas son los caracoles», nunca los humanos, que son «intersexuales» y si alguien se opera, no es que haya realizado un «cambio de sexo, sino una afirmación de género». Y a las personas que están de acuerdo con el género que se le asignó al nacer, no les llames hombre o mujer heterosexual, sino, de ahora en adelante, «una persona cisgénero», neologismo inventado por un alemán que en español suena a lo que a uno le apetece hacer al oír semejante chorrada.
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