"La lámpara minera es como el balón de oro del cante"

Matías López, ‘El Mati’ es el ganador de la Lámpara Minera del Festival de La Unión –el balón de oro del cante, en sus propias palabras– y cumpliendo con una tradición del Museo de la Siderurgia y la Minería de Sabero él será quien ofrece el último concierto del año, este sábado a las 19 horas. Un homenaje a todos aquellos andaluces que un día emigraron a las cuencas mineras de León y Palencia y una fiesta del flamenco

Fulgencio Fernández
28/12/2019
 Actualizado a 28/12/2019
El cantaor, como viene siendo tradición, cierra el año musical en el MSM.
El cantaor, como viene siendo tradición, cierra el año musical en el MSM.
El MSM de Sabero ha convertido en una costumbre de final de año ofrecer un concierto del ganador del premio más importante del mundo del flamenco, la Lámpara Minera del Festival del Cante de las Minas de La Unión (Murcia). Y, explican desde el museo, han convertido este concierto en una costumbre por las evidentes motivaciones mineras del mismo y, sobre todo, «como homenaje a todos aquellos andaluces que durante años emigraron a las cuencas leonesas y palentinas en busca de un futuro mejor trayendo con ellos su música».

Y viene como anillo al dedo la motivación esgrimida por el MSM pues el ganador de la Lámpara Minera 2019 —Matías López El Mati— es un hijo de emigrantes extremeños que, en su caso, se asentaron en Barcelona, donde ahora vive el triunfador de este año, que no solo se llevó la Lámpara Minera —»el balón de oro del cante», dice él— sino que también sumó los premios de mineras y de cantes bajoandaluces —«un triplete, como el Barça de los mejores tiempos», explica con otro símil futbolístico y culé—.

Un lujo la presencia de este artista ‘diferente’ en Sabero (con entradas a 5 euros), pues de él se ha escrito cuando triunfó en el más importante premio internacional del género que «quizás uno de los cantaores más originales y personales que se han hecho con la Lámpara minera en el Festival de La Unión en los últimos años, tiene el carácter y la fuerza suficiente para darle un vuelco al prestigioso y encorsetado premio», en palabras de Sara Arguijo.

Y, sin embargo, Matías López había sido un artista que no acudía a premios, no los entendía pues, explica, «tengo que reconocer que había repetido con frecuencia que no iba a competir en concursos, porque no me parece lógico hacer del arte una competición en la que, además, alguien ajeno tenga que juzgar el arte de alguien, en este caso mío, me parece que no son cosas que se puedan medir y yo estoy con Miguel Poveda cuando dice que no hay números 1, que los números son para los futbolistas, nosotros lo que somos es compañeros».

- ¿Entonces cómo acudió?
- Por un lado quería probar la experiencia de este concurso, tan trascendente, y también quería mostrar a la gente cómo soy y el festival de La Unión era el escaparate adecuado... Y acudí, aunque tengo que reconocer que para nada esperaba ganar el concurso.

Pero desvela a su vez una curiosa anécdota, una aspiración, que finalmente no se atrevió a llevar a cabo: «Mi idea inicial era presentarme como instrumentista, pero no con un instrumento sino con la voz, que ella fuera el instrumento, para demostrar otras ‘funciones’, pero pensé que aunque yo lo hacía totalmente en serio pudiera ser malinterpretado y decidí concursar como todo el mundo... pero no lo descarto para el futuro».

Así se entiende su fama de innovador, transgresor de alguna manera, pero él prefiere creer que realmente lo que persigue es tener una voz propia, una forma de hacer reconocible y personal, algo que aprendió desde muy niño, de su padre, que también era guitarrista. «Yo empecé con la guitarra con siete años, era el ambiente que había en casa, pero nunca me había planteado se cantaor. Con 11 años estaba preparando un concierto y me escuchó mi padre, y me preguntó: ¿vas a hacerlo así esta noche? y le dije que sí; entonces muy severo me dijo: ‘Pues no des el concierto, no merece la pena, si vas a hacer lo que ya han hecho otros déjalo, tienes que ofrecer tu concierto, tú música’. No lo olvidé jamás, mi padre era muy estricto y nunca me dijo cómo tenía que cantar, pero sí me dijo dónde estaba el cante y cómo se llega hasta él. Y eso es lo que he tratado de hacer».

Esta explicación de El Mati no está reñida con que reconozca influencias o, mejor, gustos personales en el mundo del flamenco. «Me interesa y mucho lo que hace Rosario La Tremendita; también El Niño de Elche, en este caso porque parece muy importante su trabajo de investigación sobre la voz, que algún día tendremos que agradecerle». Y añade que le gusta el sabor de David Palomar, el clasicismo de Mayte Martín; «y claro que miro con interés lo que hacen El Falo, Miguel Poveda, Arcángel…».

Sin olvidar que en su primer disco ‘Docedecuatro’ rendía homenaje a cuatro de sus grandes maestros: «Gaspar de Utrera, El Lebrijano, Pansequito y Juanito Villar».

Y con todo ese bagaje y su formación habla de los caminos que piensa y quiere recorrer después de este aldabonazo que fue la Lámpara Minera 2019. «Mi intención es buscarle nuevos registros a mi propia voz, llevar mi mundo a mi arte, porque estoy convencido de que la única forma de desarrollarlo es estando contento con lo que hago, hacer lo que me pide el cuerpo pues creo que un artista es la suma de muchas cosas, de su propia capacidad, su formación, la influencia del mundo en el que vive, de la historia que arrastramos y al margen de la fama, el dinero, etc...».

- Eso se dice bien, ¿pero cree que hay quién vive al margen de la fama, del dinero...?
- Estoy convencido de que sí; y en mi campo más, todos los grandes del flamenco, los más grandes, cambiaron este género sin importarles el triunfo, ni siquiera la aceptación del público. Hicieron lo que sentían. Yo, modestamente, estoy convencido de que si hago lo que me pide el mercado, por intentar agradar a cualquier precio, sería muy infeliz.

Y lo resume con contundencia: «Como dijo el maestro Domingo Ortega, hay otras formas de estar en el mundo del arte, pero ésta es la mía», la misma que le explicó su padre cuando sólo tenía 11 años.

Y ahora llega a León, a Sabero, una ‘plaza nueva’ con la que, asegura, «tengo muchas ganas de ir a León y estoy emocionado con poder hacerlo».
Archivado en
Lo más leído